Wages for Housework: un salario para el trabajo doméstico

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A comienzos de los años 70 se iniciaba la campaña internacional Wages for Housework (Salario para el trabajo doméstico), un proyecto que nacía en Padua al calor de militantes feministas que bebían de la tradición marxista, en la que realizaban una relectura del trabajo reproductivo utilizando las herramientas que el marxismo nos concede para analizar las relaciones sociales y de producción. Fueron Silvia Federici, Mariarosa Dalla Costa, Selma James o Leopoldina Fortunatti quienes al crear esta campaña reconocían que el trabajo reproductivo debe considerarse parte de la productividad social. A su vez, desenmascaraban el trabajo invisibilizado y no remunerado del trabajo doméstico que realizaban como destino natural las mujeres de clase trabajadora para reproducir la mano de obra asalariada y para sostener la creación de capital.

Este movimiento exigía un salario para las trabajadoras del hogar, hecho del que sostenían que supondría desnaturalizar la asignación social del trabajo reproductivo a las mujeres. Reconocían en el trabajo doméstico y de cuidados la condición de trabajo en tanto que fuerza de trabajo y productividad social que genera beneficios para el capitalismo y que, por lo tanto, debía ser remunerada al reproducir, cuidar y educar la mano de obra con la que se establece un contrato asalariado. Según estas autoras, esta reivindicación cuestiona las relaciones de poder y opresión sobre las mujeres, y sobre cuyo trabajo se ha sostenido la construcción del sistema capitalista.

El alcance de esta campaña se expandirá a Inglaterra y a Estados Unidos durante los años 70, reconociendo que la exigencia de un salario sólo suponía el comienzo de la vinculación entre la subordinación y el aislamiento en los hogares, en el ámbito privado, como base de la explotación de las mujeres. La riqueza de este movimiento residió en la necesidad de generar y socializar herramientas que saquen a las mujeres del espacio doméstico, siendo conscientes, además, de la necesidad de llevar las luchas feministas a los espacios privados para romper con su opresión, ya que el primer paso para empoderar a las trabajadoras del hogar es reconociendo la existencia de un sistema que las ha aislado de la productividad asalariada a un espacio donde han conseguido encontrarse seguras.

Para llevarlo a la práctica, se crearon talleres comunitarios que priorizaran la formación y emancipación de las trabajadoras del hogar y que reforzaran lazos sororos entre las mujeres, convocaron comités con un carácter asambleario que propiciaran el debate social para cuestionar los roles de género asignados socialmente y la sexualidad normativa relacionada a la familia nuclear. Pero además, llevaron las protestas a las calles, recibiendo gran apoyo del movimiento estudiantil, y propusieron acciones directas que llevaran a la insubordinación.

El carácter interseccional del feminismo periférico de los años 70 permitió la construcción de campañas autónomas y autogestionadas por mujeres que transversalmente recibían otras opresiones por etnia u orientación sexual. Ejemplos de estas iniciativas fue Black Women for Wages for Housework, fundada en Nueva York en 1974, quienes exigían también la reparación de la violencia ejercida por el sistema imperialista y neocolonialista que aún las visualizaba como esclavas. Por otro lado, Wages Due Lesbians, creada en 1975 en Gran Bretaña, reivindicaba  el reconocimiento y la remuneración del trabajo doméstico, de cuidados y emocional, ya que la independencia económica supondría decidir libremente sobre la propia sexualidad.

Para conocer más sobre la propuesta Wages for Housework os recomiendo la lectura del libro de Silvia Federici, Revolución en punto cero: trabajo doméstico, reproducción  y luchas feministas, al que podéis acceder de forma gratuita en formato pdf en este enlace: https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/Revolucion%20en%20punto%20cero-TdS.pdf.

(Fuente: https://ssociologos.com/2013/12/13/entrevista-con-silvia-federici-la-crisis-domestica-y-reproductiva-en-la-mujer-es-permanente/)

La campesina indígena de Perú que puso en jaque a las transnacionales extractivas

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Máxima Acuña, más conocida como la Dama de la Laguna Azul, se ha convertido en un pilar de la resistencia indígena frente al expolio de la tierra y sus recursos naturales en Perú. Con su lucha ha sido capaz de liderar y de brindar mayor fuerza al movimiento en defensa de las comunidades nativas de América Latina, asediadas desde mediados del siglo XX por las industrias mineras. La resistencia de estos pueblos se centra en proteger las aguas, la tierra, los cultivos o los animales y las  tradiciones económicas basadas en la sostenibilidad social y en la soberanía alimentaria, colectiva o individual, en respeto al medio ambiente.

Para conocer la historia de Máxima Acuña debemos trasladarnos a Cajamarca, al norte de Perú. Lejos de la capital, Cajamarca aporta un zigzag de cerros y valles fluviales que componen la mayor cuenca hidrográfica del país. En este entorno, la minera Yanacocha puso su ojo en el suelo peruano de Cajamarca a principios de los años 90, un enclave que esconde la mayor concentración de oro de América Latina.

La laguna Conga es uno de los mayores depósitos naturales de agua que nutre a las montañas y valles colindantes, también nutre a la familia de Máxima Acuña, a los animales y a las llanuras de las que se alimentan las comunidades cajamarquinas. La minera Yanacocha, compuesta en su mayoría por capital norteamericano, obtuvo en 2011 la aprobación gubernamental para intervenir en el territorio a través del proyecto Conga. Sin embargo, no esperaban encontrarse la resistencia de una de las mujeres indígenas que han luchado fervientemente por preservar su modo de vida.

Desde aquella fecha, la minera ha contado con la ayuda de las fuerzas de seguridad policial y militar del Estado para violentar físicamente e intentar expulsar a la familia de su pequeña propiedad. Con el contrato en la mano, Máxima ha hecho frente a los continuos intentos de desalojo que les ha conllevado ser golpeada, ver cómo maltrataban o raptaban a sus animales, cómo destrozaban sus cultivos o incendiaban su casa en diversas ocasiones.

Durante estos años la lucha de Máxima consiguió que el llamamiento se extendiera y han realizado diversos actos de resistencia y solidaridad congregando a otras cajamarquinas en la laguna, unas protestas que llevaron a aplicar el estado de emergencia en 2012. Los procesos judiciales llegaron a dar la razón a la minera y a imponer penas de cárcel para las mujeres de la familia Acuña, una decisión que se desestimó en 2014 al reconocer que la propiedad de la tierra pertenecía a Máxima.

Su ejemplo es uno de los muchos encabezados por las mujeres indígenas que se defienden y resisten las políticas económicas extractivistas. El impacto de estas políticas no preveía la lucha que están liderando las mujeres de las comunidades indígenas, dispuestas a defender la tierra que las sustentan, y cuyas consecuencias inciden en mayor medida en ellas, quienes son las proveedoras de los cuidados y los alimentos en las familias, debido a los roles que se les ha asignado socialmente.

La violencia que ejercen las autoridades del Estado contra las mujeres va destinada a castigar el papel transgresor que están liderando contra el expolio de la tierra y sus modos de vida comunitarios y sostenibles con la naturaleza, por lo que recurren al maltrato físico y psicológico, violaciones, asesinatos o medidas burocráticas que muchas indígenas no pueden hacer frente al ser analfabetas o al hablar lenguas nativas.

La llegada de los industrias mineras en la zona ha provocado, a su vez, una recrudecida división sexual del trabajo, ya que los hombres se han convertido en trabajadores asalariados de las minas y las necesidades de la comunidad y de la familia han pasado a ser contribuidas únicamente por las mujeres, con la consecuencia de que estos trabajos se realizan de forma no remunerada. Este impacto provoca divisiones en las familias o la quiebra del tejido comunitario, siendo las mujeres las que deben hacer frente a la supervivencia de familias enteras en tierras devastadas.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2015/03/17/planeta_futuro/1426588446_691506.html

Las Kellys: un ejemplo de lucha asociativa y feminista contra la precariedad

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Las que limpian, las Kellys, son una asociación de camareras de piso y de mujeres precarias que deciden unirse de forma organizativa y autónoma en 2016 para denunciar la situación de explotación laboral de las limpiadoras de los hoteles y la reivindicación de medidas que reconozcan la conciliación laboral y familiar y mejoren la calidad de vida de las trabajadoras. La constitución del colectivo a nivel estatal ha supuesto una visibilización de las condiciones laborales precarias y la importancia de escuchar las reivindicaciones de voz de las propias protagonistas.

Recuperar la historia de creación de las Kellys supone poner en valor las herramientas que nos da el feminismo para crear lazos y practicar la sororidad entre mujeres. Fue el escuchar los testimonios de otras compañeras de otros puntos geográficos del estado español lo que puso en común la necesidad de generar una conciencia como colectivo y de unirse para exigir mejoras en las condiciones laborales y salariales de este sector que, por estar compuesto en su totalidad por mujeres, están expuestas a sufrir una mayor precariedad.

La presencia de la asociación en ocho puntos territoriales como Benidorm, Lanzarote, Cádiz, Barcelona, Mallorca o Madrid se vincula a lugares donde se ha reforzado un turismo de masas que conlleva explotación laboral de mano de obra a través de contratos temporales con sueldos que difícilmente llegan al salario mínimo estipulado.

Al tratarse de un sector totalmente feminizado se ha de tener en cuenta la situación personal que cada una de las trabajadoras conlleva, la mayoría de ellas están casadas o tienen hijas y en muchos casos se trata de unidades familiares donde su salario es el único ingreso que reciben. La problemática que se suma al ser madres solteras o al ser las que realizan socialmente las funciones del trabajo reproductivo hace que en sus demandas se reflejen la exigencia de guarderías cercanas al puesto de trabajo o el cumplimiento del acuerdo de conciliación laboral.

Muchas de las limpiadoras que asumen estos trabajos son mujeres migrantes que carecen de información a la hora de sindicarse por la protección de sus derechos; la situación de irregularidad y de precariedad las convierte en mujeres que sufren una mayor vulnerabilidad. En este sentido, las Kellys entienden que deben asumir un papel de sindicato de base que informe a las trabajadoras, que tenga carácter asambleario, herramientas de apoyo entre trabajadoras como las cajas de resistencia y que luche colectivamente mediante acciones públicas de denuncia.

Desde 2016, año en que se constituyeron como asociación, se han organizado a través de concentraciones, marchas, denuncias, reuniones con patronal y sindicatos, acciones por las que han dado a conocer la realidad de precarización que las rodea. Han redactado un manifiesto por el cual reivindican la jubilación anticipada, el reconocimiento de enfermedades asociadas al desempeño del trabajo, la no externalización de las trabajadoras, así como un incremento de inspectores que controlen el cumplimiento de las medidas exigidas.

El papel protagonista de las Kellys en las luchas de la clase trabajadora es fundamental para poner en evidencia la necesidad de exigir relaciones laborales dignas, donde los empresarios sólo entienden la mano de obra siendo explotada con jornadas laborales extenuantes y salarios que no cubren las necesidades para vivir. Pero además, que se trate de un sector feminizado, pone el punto de mira en la carga de trabajo doméstico que recae sobre las mujeres culturalmente y que conlleva la realización de dos jornadas laborales, una no remunerada y otra remunerada en condiciones precarias. Partir de esta base como parte de sus exigencias revoluciona la forma de entender la clase obrera y las necesidades de reorientar su lucha.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/las-kellys/las-kellys-plantan-cara-a-la-precariedad