No eres tú, es el sistema: crisis de cuidados y conflicto capital-vida

Mi día, como el de muchas, empieza a las seis o siete de la mañana y no acaba hasta las doce o la una de la madrugada. Durante todo ese amplio intervalo de tiempo conjugo, como puedo, dos, tres y hasta cuatro jornadas: Voy a trabajar, estudio un poco, voy a alguna que otra reunión, pongo alguna lavadora, la tiendo o recojo; e  intento proveer mi despensa para no morir de sobredosis de comida rápida. Fin de la(s) jornada(s). Estado vital: estresada. ¿Te suena?

Pues no, no eres tú, es el sistema.Tu frustración y tu cansancio forma parte de aquello a lo que las economistas feministas han llamado “crisis de cuidados” y que no es más que la manifestación expresa de la dificultad que tenemos, la mayoría de las personas, para cuidar y ser cuidadas y, porqué no, para el  auto-cuidado.

Pero, ¿qué es eso de la economía feminista?

La economía feminista es una escuela de pensamiento económico crítica, dentro de la cual se distinguen diferentes corrientes. Siguiendo a Amaia  Pérez Orozco, en términos prácticos, podríamos decir que es una propuesta de cambio de mirada, que nos apela a plantear la pregunta raíz que debe responder cualquier sistema económico, político y social. Esto es: ¿qué vida merece ser vivida?

En este sentido, la respuesta del capitalismo parece ser  bastante clara: la vida que merece ser vivida es la del homo economicus, o como esta feminista denomina; la del hombre champiñón, pues parece aparecer y desaparecer del centro de trabajo, como por arte de magia, sin necesidad de cuidar o ser cuidado. Pero, cabe pararse y reflexionar sobre este punto:  ¿es la vida, realmente, una experiencia de autosuficiencia como se apunta desde el capitalismo? ¿Podemos vivir sin necesidad de ser cuidadas? ¿Existe realmente este hombre champiñón?

Si  algo podríamos  afirmar con amplio consenso, es que la vida es insegura, incertera, peligrosa y vulnerable. La vida solo puede ser si se cuida. Toda persona necesita de cuidados en algún momento de su vida -como mínimo durante la niñez y la vejez; así como cuando atravesamos procesos de enfermedad-. Y, para que podamos desarrollar nuestras tareas en el ámbito laboral, debemos de haber realizado previamente una serie de tareas imprescindibles (como lavar la ropa, cocinar y alimentarnos, mantener nuestros hogares limpios y habitables, o cuidar de las personas en situación de dependencia). Luego, ¿por qué el paradigma económico obvia toda esta parte fundamental del proceso de producción, que tiene lugar fuera de él, en  “el lado oculto del sistema”, y que es imprescindible para la propia sostenibilidad y reproducción de la vida?

Desde la economía feminista se defiende que todos estos procesos que se desarrollan en el lado oculto del sistema, que posibilitan y sostienen la vida, y que producen bienestar físico y emocional; también son trabajo. Un trabajo que se desarrolla en los subsuelos del sistema capitalista, sin coste económico alguno. Un trabajo devaluado, que no genera derechos laborales, que no tiene salario, ni vacaciones, ni bajas por enfermedad y que no genera pensiones dignas. En definitiva, un trabajo imprescindible, no considerado trabajo.

Esto nos lleva a pensar que, capitalismo y patriarcado, son un matrimonio bastante bien avenido. El capitalismo necesita de una fuerza de trabajo que se ocupe de todas esas tareas propias del ámbito de los cuidados que, por una parte,  posibilitan las productivas; y, por otra, reproducen la fuerza de trabajo. Y el patriarcado ofrece una división sexual del trabajo que garantiza que todos estos procesos saldrán adelante; un aprendizaje de roles de género diferenciados durante el proceso de socialización que posibilita la justificación de dicha división como “algo natural”; y una pizca de amor romántico para sentar las bases de unas relaciones que permiten  expropiar a las mujeres, lo que Rosa Cobo denomina como “plusvalía de dignidad genérica”.

Bueno, ¿y por qué hablamos ahora de crisis de cuidado?

Actualmente se da una situación compleja en la que confluyen diferentes factores: por un lado, se produce una incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral; y, por otro, un aumento de las situaciones de dependencia y una mutación y diversificación de la estructura familiar tradicional.

Además, como expone Ana de Miguel en Neoliberalismo Sexual (2015), esta incorporación masiva de las mujeres en el espacio público, no ha estado acompañada ni de un desarrollo de políticas públicas que posibilitaran seguir sosteniendo las tareas propias del ámbito reproductivo, ni de un ejercicio de cambio drástico de mentalidad en los hombres, que pasen a reclamar y a hacerse cargo de sus inexorables responsabilidades de cuidado.

Es decir, si bien hemos conseguido impugnar, de alguna manera, la división sexual del trabajo; así como politizar la concepción y las implicaciones del amor romántico y el desigual reparto de tareas en el ámbito privado; no se ha producido un compromiso político ni social serio, que plantee qué podemos hacer para que nuestras vidas sean tenidas en cuenta. Porque, al final, es ésto lo que se plantea. ¿Qué somos para el sistema? ¿Tiene cabida mi vida en este sistema? ¿Qué vida se va a cuidar; la de unos pocos hombres champiñones (que tienen dicha condición porque alguien se ocupa de su cuidado), o la del conjunto de la comunidad?

La crisis de cuidados y el conflicto capital-vida pueden superarse, pero no dentro del marco del capitalismo. Porque el capitalismo, siempre explotará unas vidas para que otras pocas puedan ser vividas. Porque lo que está en el centro de la economía capitalista es la lógica de acumulación de capital y no la sostenibilidad de la vida.

Así que no, no eres tú: es el sistema. Tenemos todo un reto por delante: hay que construir escenarios donde quepa toda vida, sus alegrías y penas; y sus fortalezas y vulnerabilidades. Hay que poner la vida en el centro.

 

REFERENCIAS:

  • Cobo, R. (2005). Globalización y nuevas servidumbres de las mujeres. Teoría feminista: de la Ilustración a la globalización3.
  • De Miguel, A. (2015) Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección, Cátedra, Madrid.
  • Ezquerra, S. (2010). La crisis de los cuidados: orígenes, falsas soluciones y posibles oportunidades. Viento Sur, 108, 37-43.
  • Ezquerra, S. (2011). Crisis de los cuidados y crisis sistémica: la reproducción como pilar de la economía llamada real. Investigaciones feministas, 2(0).
  • Orozco, A. P. (2006). Amenaza tormenta: la crisis de los cuidados y la reorganización del sistema económico. Revista de economía crítica, 5, 7-37.
  • Orozco, A. P. (2011). Crisis multidimensional y sostenibilidad de la vida. Investigaciones feministas, 2, 35.
  • Orozco, A. P. (2014). Subversión feminista de la economía: aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Traficantes de sueños.

 

¿Cuánto vale el trabajo de cuidados?

Cuando intentamos calcular en cifras, en euros cuánto vale el trabajo de cuidar a los hijos, a los padres o a cualquier otra persona dependiente o vulnerable que necesite apoyo, estamos incurriendo en un error.

Por una parte resulta imposible de calcular este maravilloso y digno trabajo. Habría que calcular según el día y por minutos lo que ganaría un chófer, un cocinero profesional, un camarero, un enfermero a domicilio, un psicologo, un maestro, un cuentacuentos etc. Además  hemos interiorizado que todos estas tareas tan diferentes y que requieren experiencia y cariño no tienen un gran valor porque no producen capital por sí mismas. También nos enseñan que impartir estos cuidados es inherente a las mujeres.

Caemos en dos errores al  intentar realizar este cálculo en cifras. Por una parte seguimos hablando de números, de dinero y utilizando así términos de una estructura económica que nos induce  a pensar en capital y rendimiento, en lo que valen las cosas por lo que se paga por ellas y al mismo tiempo caemos en el error al pensar que la mujer está mejor capacitada que el hombre para realizar estas múltiples tareas,

¿No sería mejor si aceptáramos que estos cuidados tienen un valor que va mucho más allá de lo que expresamos a través de los números?

Lo importante es predicar esta ética de cuidados a los hombres para que ellos también comiencen o sigan implicándose. Este cambio no sólo nos va a beneficiar a las mujeres. Los hombres recibirán así otro estatus social y un prestigio incalculable.

CUIDADORAS


Históricamente las mujeres se han visto obligadas a asumir todas aquellas tareas que implicaban algún tipo de cuidado, como asistir  a la familia y al hogar, además de ocuparse de otras labores fuera de la casa. Hemos sido cuidadoras porque la sociedad patriarcal, de la que formábamos parte, sostenía que era lo único para lo que estábamos capacitadas, porque no estábamos dotadas con la inteligencia necesaria para desempeñar oficios más complejos, por ejemplo los  relacionados con la política o las artes.

Después de  los grandes cambios y transformaciones  que  ha sufrido el contexto social, actualmente las mujeres siguen siendo las cuidadoras, con  un porcentaje bastante más significativo (65% aproximadamente) que el de los hombres.

Las personas dependientes necesitan de unos determinados recursos para poder estar asistidos, pero normalmente estos no son proporcionados,  o al menos no en sus totalidad, por el Estado, por lo que es la familia, principalmente las mujeres que la componen, la que se encarga de suplir esta carencia.

Las cuidadoras se ven forzadas, en la mayoría de los casos, a abandonar el empleo o  a reducir la jornada laboral; en el caso de que esta situación de dependencia se haya producido después de haber podido acceder al mercado de trabajo, porque en ocasiones ni siquiera han tenido posibilidades de incorporarse.

Esta situación crea, generalmente, un empobrecimiento económico global de la familia, y, en  particular, de la cuidadora que puede verse obligada a tener que depender de otro miembro de la familia que la mantenga o de las políticas asistenciales. Impotencia, desesperación, frustración, angustia…son algunos de los sentimientos que sienten  estas personas al enfrentarse cada día a las circunstancias que las rodean.

A las dificultades  económicas tenemos que sumarles los problemas psicológicos, como el estrés o la ansiedad, y sociales, como la ausencia de redes,  que se derivan directamente de esta realidad.

Debemos ser conscientes de  que estamos privando a las cuidadoras de un derecho constitucional (artículo 9.2 de la Constitución Española), la igualdad de oportunidades.

A pesar de  todas las contrariedades que supone este “trabajo” la sociedad no lo valora suficiente incluso sabiendo que supone un gran ahorro en gasto social para las políticas públicas.

Martínez Román, María Asunción. La quiebra del principio de igualdad de oportunidades en las mujeres cuidadoras de personas con dependencia. Ábaco, revista de Culltura y Ciencias Sociales; nº 49-50

¿De qué hablamos cuando hablamos de necesidades?

«La necesidad también es un instrumento político,

meticulosamente preparado, calculado y usado»

Michel Foucault, Vigilar y Castigar

Un rasgo característico del estado de bienestar es la intervención estatal  para que los ciudadanos y ciudadanas estén asegurados frente a los riesgos sociales. Es posible manifestar entonces, que el estado persigue ser el garante de la satisfacción de las necesidades de la población.

En relación a lo anterior las inquietudes que motivan esta nota son ¿Cómo se entiende a las necesidades? y ¿Quién define las necesidades?  Estos interrogantes remiten a la idea de que la definición de necesidades no es un hecho dado, inmutable y universal sino que lo que se considera como necesidades en una sociedad dada varía según distintas variables: el momento histórico, la cultura, el género, la clase social, la edad, etc.

Existen diversas maneras de definir a las necesidades. Considero pertinente  la definición que plantea el economista chileno Manfred Max Neef quien propone pensar a las necesidades como carencia y como potencialidad: “en la medida en que las necesidades comprometen, motivan y movilizan a las personas son también potencialidad” (MaxNeef, 1994). Este autor propone la siguiente taxonomía de las necesidades: teniendo en cuenta las categorías existenciales nos encontramos con necesidades vinculadas al ser, tener, hacer y estar. Considerando las necesidades según categorías axiológicas tenemos las necesidades de subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad.

Creo que esta propuesta en primer lugar, amplía la concepción de las necesidades como algo negativo, como sinónimo de carencia, de falta y permite pensarlas como factores que movilizan, que comprometen, donde las personas no son seres pasivos sino agentes sociales. Por otro lado, la taxonomía propuesta enriquece las tradicionales clasificaciones de necesidades: materiales y no materiales, necesidades básicas, necesidades sentidas, etc.

En la actualidad y en el marco del sistema capitalista, las necesidades muchas veces se reducen a las correspondientes a la categoría del tener y cuando pensamos en los riesgos sociales que el estado intenta asegurar, éstos se reducen a las necesidades de subsistencia. De ahí que en mi opinión, la matriz de necesidades de MaxNeef se vincula con el concepto propuesto por las economistas feministas de sostenibilidad de la vida humana. Sostenibilidad de la vida humana que no implica solamente la satisfacción de las necesidades vinculadas con la subsistencia, sino que “requiere de recursos materiales, pero también de contextos y relaciones de cuidado y afecto” (Carrasco, 2009). Por lo tanto, si el estado se erige como garante de la satisfacción de las necesidades humanas debería responsabilizarse, por ejemplo, de los cuidados de los y las ciudadanas, tarea ejercida mayoritariamente por mujeres, y configurándose como una actividad invisibilizada, devaluada y no reconocida.

Lo anterior se relaciona con el segundo interrogante que planteé al inicio y que es ¿quiénes definen las necesidades? ¿Quién decide que determinada cuestión sea una necesidad o no?

La filósofa feminista Nancy Fraser postula que la política de las necesidades comprende tres momentos: la lucha por establecer o negar el estatuto público de una necesidad dada, es decir por validarla como asunto de legítima preocupación política; la lucha por la interpretación de la necesidad: por definirla y así determinar con que satisfacerla; y la lucha por la satisfacción de la necesidad. Así, para la autora la satisfacción de una necesidad determinada es solo un aspecto de la política de interpretación de las necesidades. De ahí que para ella “el discurso de las necesidades se presenta como un espacio de contienda, donde los grupos con recursos desiguales compiten por  establecer como hegemónicas sus interpretaciones respectivas sobre lo que son legítimas necesidades sociales.”(Fraser, 1991)

Es posible pensar al movimiento feminista como un actor en esta contienda, dado que a lo largo de la historia ha perseguido que determinadas necesidades de las mujeres, tradicionalmente consideradas como parte de la esfera privada de la vida,  pasen a formar parte de la agenda política y a ser materia de intervención estatal. Ejemplos de lo anterior son los temas vinculados a la salud sexual y reproductiva, al aborto, a la violencia de género y actualmente a los cuidados. De esta manera, es posible identificar con claridad como la política de interpretación de necesidades es básicamente una cuestión de poder, de lucha, donde frente a las interpretaciones de los grupos dominantes existen otros actores que buscan legitimar interpretaciones alternativas de las necesidades.

Para concluir, considero oportuno destacar que cuando hablamos de necesidades nos estamos refiriendo a los derechos de las personas frente a lo cual el estado tiene la obligación de respetarlos, protegerlos y garantizarlos.

Bibliografía:

CARRASCO, Cristina (2009). Mujeres, sostenibilidad y deuda social. Revista de educación número extraordinario.

FRASER, Nancy (1991). La lucha por las necesidades. Esbozo de una teoría crítica, socialista-feminista de la cultura política del capitalismo tardío.” En debates feministas, año 2, volumen 3. México.

MAX NEEF, Manfred (1994). Desarrollo a escala humana. Conceptos, aplicaciones y algunas reflexiones. Icaria. Barcelona.