Pobreza desde una perspectiva de género.

Aunque la pobreza afecta a hombres, mujeres, niños y niñas, ésta es vivida en lo cotidiano de forma distinta, en función de la posición de parentesco, la edad y el ciclo de vida, la etnia, y el sexo de las personas. Dadas las circunstancias de las mujeres, asociadas con su biología (embarazos, lactancia, etc.), sus roles de género (cónyuge, madre, etc.) y su subordinación culturalmente construida, ellas enfrentan condiciones desventajosas que se acumulan con otros efectos de la pobreza misma.

La pobreza analizada desde los condicionantes de género constituye una nueva perspectiva que gana importancia a partir de 1990. Los estudios que se enmarcan en esta preocupación examinan las diferencias de género en los resultados y procesos generadores de pobreza, enfocándose en particular en las experiencias de las mujeres y preguntándose si ellas forman un contingente desproporcionado y creciente de los pobres. Este énfasis implica una perspectiva que resalta dos formas de asimetrías que se intersectan: género y clase (Kabeer, 1992: 1).

Los estudios que constatan la existencia de desigualdades de género, particularmente los referidos al acceso y a la satisfacción de las necesidades básicas, permiten argumentar que «la pobreza femenina no puede ser comprendida bajo el mismo enfoque conceptual que el de la pobreza masculina» (Kabeer, 1992: 17).

Generalmente, los indicadores de pobreza son captados con base en información de hogares, sin reconocer las diferencias extremadamente grandes que en los mismos existen entre géneros y generaciones. Aunque sea usual y de utilidad captar y analizar esos indicadores, desde la perspectiva de género es necesario decodificar lo que pasa en los hogares, toda vez que estos espacios son ámbitos de convivencia de personas que guardan entre sí relaciones asimétricas enmarcadas en sistemas de autoridad interna.

En efecto, las mujeres cuentan no sólo con activos materiales relativamente más escasos, sino también con activos sociales (ingresos, bienes y servicios a los que tiene acceso una persona a través de sus vínculos sociales) y culturales (educación formal y conocimiento cultural que permiten a las personas desenvolverse en un entorno humano) más escasos, lo que las coloca en una situación de mayor riesgo de pobreza.

Este menor acceso de las mujeres a los recursos debido a los limitados espacios asignados a ellas por la división sexual del trabajo y a las jerarquías sociales que se construyen sobre la base de esta división determinan una situación de desigualdad en diferentes ámbitos sociales, fundamentalmente dentro de tres sistemas estrechamente relacionados entre sí: el mercado de trabajo, el sistema de bienestar o protección social y los hogares.

Otra de las contribuciones del enfoque de género al análisis de la pobreza ha sido el visibilizar la discriminación tanto en las esferas públicas como al interior de los hogares, evidenciando en ambas esferas relaciones de poder y distribución desigual de recursos.

Esta discusión conceptual sobre la pobreza tiene una importancia crucial en la medida que la definición de pobreza define también los indicadores para su medición -como lo plantea Feijoó (2003), «lo que no se conceptualiza no se mide». A su vez, es la conceptualización del fenómeno lo que determina el tipo de políticas a implementar para su superación.

Debido a que la medición de la pobreza se basa en las características socioeconómicas del hogar en su conjunto, no se pueden identificar las diferencias por género en el acceso a ciertos satisfactores básicos en el hogar. A esta dificultad hay que sumarle la limitante de la forma en que se recaba la información en las encuestas de hogares, donde se considera como único recurso el ingreso, dejando de lado el tiempo destinado a la producción y reproducción social del hogar.

BIBLIOGRAFÍA

KABEER, Naila, 1992, Reversed realities: gender hierarchies in development thought, Ed. Verso, Londres.

FEIJOÓ, María del Carmen, 2003, Desafíos conceptuales de la pobreza desde una perspectiva de género, ponencia presentada a la Reunión de Expertos sobre Pobreza y Género, CEPAL/OIT, Santiago de Chile.

POBREZA DESDE UNA PERSPECTIVA DE GÉNERO.

Aunque la pobreza afecta a hombres, mujeres, niños y niñas, ésta es vivida en lo cotidiano de forma distinta, en función de la posición de parentesco, la edad y el ciclo de vida, la etnia, y el sexo de las personas. Dadas las circunstancias de las mujeres, asociadas con su biología (embarazos, lactancia, etc.), sus roles de género (cónyuge, madre, etc.) y su subordinación culturalmente construida, ellas enfrentan condiciones desventajosas que se acumulan con otros efectos de la pobreza misma.

La pobreza analizada desde los condicionantes de género constituye una nueva perspectiva que gana importancia a partir de 1990. Los estudios que se enmarcan en esta preocupación examinan las diferencias de género en los resultados y procesos generadores de pobreza, enfocándose en particular en las experiencias de las mujeres y preguntándose si ellas forman un contingente desproporcionado y creciente de los pobres. Este énfasis implica una perspectiva que resalta dos formas de asimetrías que se intersectan: género y clase (Kabeer, 1992: 1).

Los estudios que constatan la existencia de desigualdades de género, particularmente los referidos al acceso y a la satisfacción de las necesidades básicas, permiten argumentar que «la pobreza femenina no puede ser comprendida bajo el mismo enfoque conceptual que el de la pobreza masculina» (Kabeer, 1992: 17).

Generalmente, los indicadores de pobreza son captados con base en información de hogares, sin reconocer las diferencias extremadamente grandes que en los mismos existen entre géneros y generaciones. Aunque sea usual y de utilidad captar y analizar esos indicadores, desde la perspectiva de género es necesario decodificar lo que pasa en los hogares, toda vez que estos espacios son ámbitos de convivencia de personas que guardan entre sí relaciones asimétricas enmarcadas en sistemas de autoridad interna.

En efecto, las mujeres cuentan no sólo con activos materiales relativamente más escasos, sino también con activos sociales (ingresos, bienes y servicios a los que tiene acceso una persona a través de sus vínculos sociales) y culturales (educación formal y conocimiento cultural que permiten a las personas desenvolverse en un entorno humano) más escasos, lo que las coloca en una situación de mayor riesgo de pobreza.

Este menor acceso de las mujeres a los recursos debido a los limitados espacios asignados a ellas por la división sexual del trabajo y a las jerarquías sociales que se construyen sobre la base de esta división determinan una situación de desigualdad en diferentes ámbitos sociales, fundamentalmente dentro de tres sistemas estrechamente relacionados entre sí: el mercado de trabajo, el sistema de bienestar o protección social y los hogares.

Otra de las contribuciones del enfoque de género al análisis de la pobreza ha sido el visibilizar la discriminación tanto en las esferas públicas como al interior de los hogares, evidenciando en ambas esferas relaciones de poder y distribución desigual de recursos.

Esta discusión conceptual sobre la pobreza tiene una importancia crucial en la medida que la definición de pobreza define también los indicadores para su medición -como lo plantea Feijoó (2003), «lo que no se conceptualiza no se mide». A su vez, es la conceptualización del fenómeno lo que determina el tipo de políticas a implementar para su superación.

Debido a que la medición de la pobreza se basa en las características socioeconómicas del hogar en su conjunto, no se pueden identificar las diferencias por género en el acceso a ciertos satisfactores básicos en el hogar. A esta dificultad hay que sumarle la limitante de la forma en que se recaba la información en las encuestas de hogares, donde se considera como único recurso el ingreso, dejando de lado el tiempo destinado a la producción y reproducción social del hogar.

BIBLIOGRAFÍA

KABEER, Naila, 1992, Reversed realities: gender hierarchies in development thought, Ed. Verso, Londres.

FEIJOÓ, María del Carmen, 2003, Desafíos conceptuales de la pobreza desde una perspectiva de género, ponencia presentada a la Reunión de Expertos sobre Pobreza y Género, CEPAL/OIT, Santiago de Chile.  

GÉNERO Y SALUD: DIFERENCIAS Y DESIGUALDADES.

La salud de mujeres y hombres es diferente y desigual. Diferente porque hay factores biológicos (genéticos, hereditarios, fisiológicos, etc.) que se manifiestan de forma diferente en la salud y en los riesgos de enfermedad, que muchas veces siguen invisibles para los patrones androcéntricos de las ciencias de la salud. Desigual porque hay otros factores, que en parte son explicados por el género, y que influyen de una manera injusta en la salud de las personas (Rohlfs, Borrell y Fonseca, 2000).

Además de los factores biológicos ligados al sexo también se deben considerar los factores sociales. Cabe mencionar los patrones de socialización, roles familiares, obligaciones, expectativas laborales y tipos de ocupación que, frecuentemente, generan situaciones de sobrecarga física y emocional en las mujeres y que tienen una marcada influencia en su salud, lo que en gran medida justificarían su mayor morbilidad por trastornos crónicos que se extienden en toda la vida sin producir la muerte. El reconocimiento de la importancia del impacto del trabajo doméstico y de las condiciones en que éste se realiza es fundamental para entender las desigualdades en salud entre mujeres y hombres (Rohlfs et al., 1997).

Otro aspecto clave a tener en cuenta en el estudio de las desigualdades sociales en la salud es la estratificación socioeconómica de nuestra sociedad. El nivel socioeconómico es uno de los más importantes determinantes del estado de salud, conductas relacionadas con la salud y utilización de los servicios sanitarios (Borrell et al., 2000). Prácticamente, en todos los continentes, debido a las estructuras de poder y oportunidades, son sobre todo las mujeres las más vulnerables a situaciones de pobreza y exclusión social. Es esencial analizar cómo el género se correlaciona con las circunstancias socioeconómicas individuales y familiares, observando que a medida que empeoran las condiciones del entorno los indicadores de salud son más negativos. Hacer un abordaje exclusivo de clase o de género sería incompleto. El género y las clases sociales deberían ser comprendidos como un proceso continuo y dinámico que tiene su origen en los entresijos de las relaciones sociales entre personas del mismo o de diferentes sexos (Saffioti, 1992).

Una de las finalidades de la investigación de género y salud es señalar y suplir la ausencia de datos indispensables para el conocimiento de la vida de las mujeres, además de poner en evidencia los sesgos producidos por generalizaciones de conocimientos que, a menudo, se fundamentan en investigaciones basadas sólo en población de sexo masculino (Ruiz y Verbrugge, 1997). Asimismo, hay temas de especial interés en el estudio de las desigualdades en salud según el género, como por ejemplo el impacto de las situaciones de violencia de género en la salud física y mental de las mujeres. Aún no se disponen de estadísticas y fuentes de datos fiables para que se puedan planificar y protocolizar actuaciones sanitarias que no sean un sufrimiento añadido a las víctimas de estas situaciones. También hay que avanzar en el impacto de la medicalización de los procesos naturales como el embarazo y la menopausia: poniendo énfasis en el aumento imparable de los partos por cesárea, las consecuencias de las fecundaciones in vitro y en el uso indiscriminado de la reposición hormonal sustitutiva en la menopausia. Este último tema viene provocando un intenso debate en la comunidad científica y entre las propias usuarias de estos tratamientos, debido a que la divulgación pública de los mismos tiene una serie de efectos colaterales en la salud de las mujeres y que su utilización debería obedecer a unas pautas individualizadas que consiguieran controlar y minimizar los riesgos para la salud (Paoletti y Wenger, 2003).

BIBLIOGRAFÍA

ROHLFS I., BORRELL C., FONSECA M.C.: «Género, desigualdades y salud pública: conocimientos y desconocimientos», Gac Sanit 2000; 14 (supl 3): 60-71.

ROHLFS I., DE ANDRÉS J., ARTAZCOZ L., RIBALTA M., BORRELL C.: «Influencia del trabajo remunerado en el estado de salud percibido de las mujeres», Medicina Clínica (Barc) 1997; 108: 566-571.

BORRELL C., RUE M., PASARIN M.I., ROHLFS I., FERRANDO J., FERNÁNDEZ E.: «Trends in social class inequalities in health status, health related behaviors, and health services utilization in a Southern European urban area (1983-1994)», Prev Med 2000; 31:691-701.

SAFFIOTI H.: «Rearticulando gênero e classe social», en: COSTA A.O., BRUSCHINI C. (EDS.): Uma questao de gênero, Sao Paulo, Fundaçao Carlos Chagas, 1992.

RUIZ M.T., VERBRUGGE L.M.: «A two way view of gender bias in medicine», J Epidemiol Community Health 1997; 51: 106-109.

PAOLETTI R., WENGER N.: «Review of the international position paper on women’s health and menopause. A comprehensive approach», Circulation 2003; 107:1336-1339.

EMBARAZO Y MATERNIDAD: LAS DESIGUALDADES DE GÉNERO.

En todas las sociedades la maternidad se ha estimado como la condición femenina por excelencia, llegando a decir que es la esencia femenina. De ser así, se podría deducir que la mujer solamente puede ser reconocida por su aspecto biológico, por lo tanto, la función reproductora se convierte en la principal y exclusiva tarea de las mujeres a lo largo de la historia. Cuando en los años sesenta y setenta los movimientos feministas se hacen cargo del papel de la mujer otorgado en el seno patriarcal, se empieza a cuestionar la función de la maternidad como un rol tradicionalmente admitido.

De acuerdo con Elisabeth Bandinter (2011), la futura madre solo fantasea sobre el amor y la felicidad. Ignora la otra cara de la maternidad hecha de agotamiento, de frustración, de soledad, e incluso de alienación con su cortejo de culpabilidad.

La capacidad femenina de parir y el correspondiente trabajo de educación y cuidado, son considerados por la mayoría de las personas como la esencia de las mujeres; esta apreciación social de las mujeres como madre facilita la aceptación de las propias madres del mito, impregnado de sacrificio y de la figura de víctima. El entramado que también sostiene el mito de la madre es la feminidad, no en el sentido del estereotipo o de las señales comerciales de lo que es ser femenina, sino como el proceso psíquico que lleva a las mujeres a asumirse, sentirse y vivirse como tales.

La definición de la identidad femenina en función del ideal maternal es mistificadora en tanto esa respuesta impide la formulación de todo interrogante y ofrece la ilusión de ser que aliena al sujeto, encubriendo las carencias que harían posible el deseo. De ahí la necesidad de desconstruir los ideales que obturan ilusoriamente la singularidad del sujeto para abrir un espacio donde se pueda situar a la maternidad en relación a la dimensión del deseo –de la multiplicidad de deseos –opuesta a una identidad que no puede sino ser mítica. (Tubert, 2004, p.114).

Otro tema es el de las relaciones, los problemas que ya existen entre integrantes de la familia antes del embarazo. Madre, padre y suegros, presentan sus expectativas y las interferencias causadas en las mujeres y las nuevas madres provocan un poco de estrés. La falta de apoyo de los esposos, o la sensación de que la experiencia no pudo ser plenamente compartida o bien entendida por los cónyuges, hace que las mujeres se sientan ajenas o enojadas con sus parejas. Algunas mujeres resienten la capacidad de su marido para olvidarse del embarazo, y tienen que lidiar con sentimientos de rabia extrema (Hogan, 2008).

Los nuevos roles de la mujer y su mayor participación en el mundo de lo público han incidido en cambiar la tradicional función materna. Se plantean para la sociedad nuevos retos y de una manera especial inciden en cambios en la función materna, pero sin modificar las formas de socialización, y las responsabilidades de la mujer ante la crianza. Al respecto, Nancy Chodorow (1984), señala que, aunque se ha bajado la fecundidad y los componentes biológicos del ejercicio de la maternidad han disminuido, la figura de la madre socializadora es aún muy fuerte o más que antes, sobre todo si se considera que la mujer realiza funciones de proveedora. La maternidad sigue existiendo como un valor que provee reconocimiento a la mujer, la constituye como “mujer”, y a la que no puede o no quiere ser madre, se la estigmatiza, en el primer caso por tener una incapacidad y en el segundo por no entrar en la norma social patriarcal.

De acuerdo con la filósofa Elisabeth Badinter (2011) la maternidad sigue siendo la gran desconocida. Una opción de vida que conlleva un cambio radical en las prioridades vitales. Algunas mujeres encuentran en la maternidad la felicidad y un beneficio identitario irreemplazables. Otras consiguen conciliar las exigencias contradictorias de alguna u otra manera. Además, hay mujeres que nunca van a reconocer que su experiencia maternal es una frustración, porque resulta ser una confesión rechazada por la sociedad.

Por otra parte, la maternidad es el conjunto de hechos de la reproducción social y cultural, por medio del cual las mujeres crean y cuidan, generan y revitalizan, de manera personal, directa y permanente durante toda la vida, a los otros, en su sobrevivencia cotidiana y en la muerte. (Lagarde, 2011, p. 268).

BIBLIOGRAFÍA.

Badinter, E. (2011) La mujer y la madre. Madrid, La esfera de los libros.

Tubert, S. (2004) La maternidad en el discurso de las nuevas tecnologías reproductivas, en Osborne, R. Las mujeres y los niños primero. (pp.11-138). Madrid, Instituto Universitario de Estudios de la Mujer. Universidad Autónoma de Madrid.

Hogan, S. (2008) Angry Mother en Liebmann Marian (2008). Art Therapy and Anger. (pp. 197-210) Jessica Kingsley Publishers London and Philadelphia.

Chorodow, N. (1984) El Ejercicio de la Maternidad. Barcelona, Gedisa Editorial.

Lagarde, M. (2011) Los Cautiverios de las Mujeres. Madrid, Horas y horas la editoral.