El sesgo de género en las estadísticas oficiales: la EPA

Se piensa con bastante asiduidad que el trabajo doméstico, las tradicionalmente denominadas tareas del hogar, no es un trabajo al uso pues se le otorga poca importancia y se valora socialmente menos que el trabajo remunerado. La economista Amaia P. Orozco, en una entrevista a un medio digital, recalca la fragilidad del sistema de cuidados en nuestro actual modelo socioeconómico, que ha tenido y tiene su principal punto de anclaje en los hogares, y que en la actual crisis del COVID-19 está enseñando sus débiles costuras.

Poco antes de la celebración del 8 de marzo de este año, el mismo medio digital sacó en una edición los datos relativos a la población inactiva de nuestro país, extraídos de la última EPA confeccionada por el INE (último trimestre de 2019), donde se dejaban entrever algunos indicadores esclarecedores.

De entrada, cabe discrepar con la categoría usada en la EPA, cuando encuadra en población inactiva (obviamente en contraposición a la activa, incluyendo ésta a ocupados y desempleados), desde jubiladas/os hasta «amas de casa» (y no tanto, desgraciadamente, «amos de casa») puesto que denota un desconocimiento, cuando no desdén, hacia el esfuerzo ímprobo que suponen toda la lista de tareas domésticas y de los cuidados y afectos que en la unidad familiar se brindan, más allá del sector productivo, remunerado y masculinizado, que es el que refleja la EPA, tal como dictaminan Carrasco y Mayordomo en su artículo «Los Modelos y las Estadísticas de Empleo como construccción de social: la encuesta de población activa y el sesgo de género». Conviniendo destacar, a tenor del citado estudio, la difícil valoración mercantil que a aquellas tareas y cuidados cabría dar.

Según la encuesta reseñada, las mujeres inactivas (6 de cada 10 aproximadamente, de 16 a 65 años), y por descontado también las activas, cuidan más, a la luz de los datos que arroja, y recogidos en «eldiario.es» del pasado 02/03/20: hasta 15 puntos porcentuales más (17 frente al 2%). Además, casi diez veces más, en torno al 5% de las mujeres son/están inactivas (ni están «ocupadas» ni se encuentran en posición activa de empleo u ocupación) por «dedicarse al cuidado de hijos, adultos enfermos o personas mayores o con discapacidad» frente al pírrico 0,5% de los varones, o cuando afirman que casi ocho veces más, ellas que ellos, son inactivas por razones de «otras obligaciones familiares o personales».

Con estas incontestables cifras, cabe concluir que la EPA, al embolsar en el grupo de inactivos todas las actividades que están fuera de la órbita mercantil, y que se circunscriben principalmente al ámbito del hogar –desde tareas domésticas hasta el cuidado de personas con discapacidad de la unidad familiar pasando por dispensar afectos y apoyo emocional y psicológico a todos ellos–, y estar todas desempeñadas en una proporción altísima y casi exclusiva por mujeres, se está minusvalorando, cuando no invisibilizando, la labor de las mujeres inactivas.

En igual sentido, el trabajo/empleo (al margen del concepto doctrinal que otorga a este último la consabida contraprestación económica a cambio de una prestación laboral o de servicios), desarrollado en la casi totalidad de los hogares españoles por infinidad de mujeres mal llamadas inactivas, adolece de un claro sesgo ya que, tanto los conceptos como las categorías, tasas e índices que se manejan en la EPA, deberían construirse con perspectiva de género, e incluso por qué no, ha de cuantificarse económicamentemente, puesto que el trabajo «impagable» que realizan y que es fundamental, no solo para la sociedad en su conjunto, sino también para un despliegue más eficiente de la esfera mercantil, independientemente del género de quien las ejecute (op. cit.).

Un dato que no debemos pasar por alto y que también consigna la EPA trimestral del INE, son las secuelas provocadas por una menor presencia femenina en el «sector productivo» y remunerado que la de sus compañeros masculinos, ya que su vida laboral, de promedio, es más corta e irregular, debido a sus habituales entradas y salidas del mercado laboral remunerado. Ello acarrea una más baja cuantía de sus pensiones con respecto a los hombres (casi un 35% menor), por lo que se puede hablar, abiertamente, de brecha de género en este sentido, además de que se observa también que las mujeres ocupan los escalones inferiores en lo que respecta a la cuantía de las mismas, de modo mayoritario.

Esa irregularidad en la vida laboral de las mujeres, cuando no baja presencia en los ámbitos del mercado remunerado, es la consecuencia de un cúmulo de circunstancias como el endosamiento, casi exclusivo, de las tareas domésticas y de cuidados, que la sociedad patriarcal les adjudica; a ello habría que añadir las etapas vitales de maternidad y crianza de muchas de ellas, no contando para ello, desgraciadamente, con muchas ayudas por parte de la Administración Pública (en forma de subsidios o de infraestructuras adecuadas para ayudar a conciliar la vida familiar y de cuidados con la laboral), por lo que se las penaliza injustamente.

Recientemente, con la implantanción de permisos de maternidad y paternidad más extensos en el tiempo e intrasferibles, parece que se podrá lograr una mayor y mejor implicación de los varones en las tareas del hogar y de los cuidados, con la anuencia de los Poderes Públicos y una mayor concienciación en la importancia de los lazos afectivos y psicológicos que debe recibir la infancia desde esos primeros momentos, y de paso, fijar unas medidas básicas para coadyuvar al desarrollo de una sociedad más justa e igualitaria en materia de género.

Carrasco, C. y Mayordomo, M., Los modelos y estadísticas de empleo como construcción social: la encuesta de población activa y el sesgo de género (2000), «Política y Sociedad», 34, Madrid (pp. 101-112)

Carrasco, C., Hacia una nueva metodología para el estudio del tiempo y del trabajo (2001) (pp. 1-19)

https://www.eldiario.es/economia/Amaia-Perez-Orozco_0_1011399352.html

https://www.eldiario.es/sociedad/DATOS-cifras-detras-revuelta-feminista_0_1001600568.html#cuidados

¿Cuánto vale el trabajo de cuidados?

Cuando intentamos calcular en cifras, en euros cuánto vale el trabajo de cuidar a los hijos, a los padres o a cualquier otra persona dependiente o vulnerable que necesite apoyo, estamos incurriendo en un error.

Por una parte resulta imposible de calcular este maravilloso y digno trabajo. Habría que calcular según el día y por minutos lo que ganaría un chófer, un cocinero profesional, un camarero, un enfermero a domicilio, un psicologo, un maestro, un cuentacuentos etc. Además  hemos interiorizado que todos estas tareas tan diferentes y que requieren experiencia y cariño no tienen un gran valor porque no producen capital por sí mismas. También nos enseñan que impartir estos cuidados es inherente a las mujeres.

Caemos en dos errores al  intentar realizar este cálculo en cifras. Por una parte seguimos hablando de números, de dinero y utilizando así términos de una estructura económica que nos induce  a pensar en capital y rendimiento, en lo que valen las cosas por lo que se paga por ellas y al mismo tiempo caemos en el error al pensar que la mujer está mejor capacitada que el hombre para realizar estas múltiples tareas,

¿No sería mejor si aceptáramos que estos cuidados tienen un valor que va mucho más allá de lo que expresamos a través de los números?

Lo importante es predicar esta ética de cuidados a los hombres para que ellos también comiencen o sigan implicándose. Este cambio no sólo nos va a beneficiar a las mujeres. Los hombres recibirán así otro estatus social y un prestigio incalculable.