Cuando pensamos en la palabra “economía” nos remitimos, de manera general, a determinados conceptos, como, por ejemplo, mercado financiero; capital; valor de cambio; juego de poder. En la gran mayoría de las veces, la connotación que le damos a la economía es negativa. Pero, al final, ¿es la economía “mala”? ¿Para combatir el capitalismo y la iniquidad que ese regenera tenemos que ser, precisamente, anti-capitalistas radicales? Quizá una posibilidad alternativa sea hablar de la sostenibilidad de la vida, rompiendo, así, con los binarismos a los cuales usualmente basamos nuestros argumentos. La economía feminista surge, pues, en esa búsqueda de una nueva perspectiva, la economía de género, proponiendo dos corrientes de revisión del modelo androcéntrico que se refleja en la economía tradicional, cuáles sean, la economía feminista de la conciliación y la economía feminista de la ruptura.
Cabe aquí señalar que la distinción entre lo económico/ lo no económico y la definición de lo que es (o no) considerado trabajo está lejos de ser neutral ante el género. Las dimensiones que se han erigido en económicas se han masculinizado, mientras que las no-económicas se conformaran mediante la identificación con los roles, espacios, intereses y características históricamente adscritos a las mujeres (Pérez Orozco, 2005, p.46).
La economía feminista de la conciliación busca la diferenciación entre nosotras, las mujeres, y los hombres en el mercado y las tareas, no teniendo como enfoque el cuestionamiento del modelo ortodoxo. Tiene como objetivo discutir el trabajo doméstico no como una simple mejora “técnica” del análisis, sino una mejora de las posiciones de las mujeres, identificando la desigual adscripción del trabajo de mercado y doméstico entre los dos sexos (Pérez Orozco, 2005, p. 51). Puede, pues, ser relacionada al feminismo de la diferencia.
La economía feminista de la ruptura, a su vez, propugna cambios mucho más profundos, por medio del cuestionamiento de las bases mismas de los discursos androcéntricos, tanto en lo relativo a la epistemología, como a los conceptos y los métodos (Pérez Orozco, 2005, p. 45), pudiendo ser comparada al feminismo radical. Esa corriente considera que la estrategia, de la economía feminista de la conciliación, de integrar los cuidados del hogar y la reproducción en cuanto una nueva esfera de actividad económica implica problemas insuperables, puesto que el centro del análisis sigue siendo lo mercantil y que las esferas feminizadas no dejan de tener una importancia secundaria (Himmelweit, 1995, citado en Pérez Orozco, 2005, p. 54). Centra sus argumentos en el ya mencionado concepto de sostenibilidad de la vida, es decir, en los procesos de satisfacción de las necesidades (Carrasco, 2001, citado en Pérez Orosco, 2005, p. 54). Pero ¿cómo se miden, a final, esas necesidades? La reflexión sobre tal cuestión me hizo acordar de la pirámide de las necesidades de Maslow, que las define como: fisiológicas, de seguridad, de afiliación, de reconocimiento y de autorrealización.
Dicho eso, planteo algunas preguntas: ¿Todas(os) tenemos, mujeres y hombres, las mismas necesidades propuestas por la teoría de Maslow? ¿Todas(os) las valoramos de igual manera? Siendo multidimensionales, ¿son las necesidades siempre jerárquicas o pueden presentarse de otro modo? Una vez que son opuestos los conceptos de sostenibilidad de la vida/satisfacción de necesidades y lo de acumulación de capital/mercado, porque, paradójicamente, ¿la lógica de la sociedad sigue siendo “el tener” para “ser”?
Referencia
Pérez Orozco, Amaya. (2005). Economía del género y economía feminista ¿conciliación o ruptura?Revista venezolana de estudios de la mujer, vol. 10, nº 24, p 43- 64. Obtenido dehttps://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5855457