La economía feminista se enfrenta con la misma dificultad que muchas disciplinas y áreas de conocimiento experimentan a la hora de incorporar el género como un eje transversal: la marginación académica, la consideración de pseudociencia de aquellas teorías que incorporan la realidad de la mujer, la acusación de falta de rigor científico, incluso la ridiculización. Al final aparece la vieja receta: el prejuicio que alimenta la ignorancia que perpetúa el prejuicio… en un círculo vicioso endiablado.
La falsa coartada de la supuesta neutralidad del conocimiento encierra además una trampa perversa que compromete nuestro crecimiento futuro. Un conocimiento incompleto y sexista es, sencillamente, un conocimiento inútil en la sociedad actual pero si esto ha sido así siempre, hoy el conocimiento es además el recurso más valioso por encima de cualquier otro, mucho más que cualquier elemento tangible, incluso el capital. Y la discriminación indirecta que sigue impidiendo a la mujer acceder también a este recurso en condiciones de igualdad no puede pasar desapercibida en un momento como el actual.
No es una novedad que estamos ante un cambio de ciclo, ante un nuevo paradigma económico que basa su crecimiento en factores diferentes a los que han determinado hasta ahora la productividad y la competitividad. El conocimiento es ya el principal activo de cualquier economía. La investigación, el desarrollo y la innovación marcan hoy el potencial de crecimiento de cualquier país. Una actividad intensiva en estos 3 pilares, sumada al desarrollo tecnológico protagonizan a nivel mundial los objetivos y prioridades de las políticas económicas que se marcan la mayoría de los países. Y es aquí donde cobra una especial relevancia la apuesta por el talento, la inteligencia, la capacidad y, donde la mujer y su aportación -la de la mitad de la población- adquiere un valor decisivo. Son ya muchos los informes que ponen de manifiesto que los países más igualitarios son también los más competitivos y eficientes desde el punto de vista económico.
Vamos a analizar el binomio conocimiento-mujer que guarda una estrecha relación con otro clave en la actualidad, el de universiad-igualdad.
Hace 100 años se producía en nuestro país un hecho trascendental para la mujer y para toda la sociedad: se permitía el acceso de la mujer española a los estudios superiores, a la Universidad. Se formalizaba así el acceso de la mujer al conocimiento. Cien años más tarde, constatamos que el 54% de las matrículas y el 60% de los títulos universitarios pertenecen a mujeres. La realidad es que la mujer muestra un mejor rendimiento académico, obtiene los mejores expedientes y se ha incorporado masivamente a la Universidad, pero a las aulas no a los órganos de gobierno. Pero sobre todo, 100 años después cabe preguntarse:
1.- ¿A qué conocimiento estamos accediendo las mujeres? No sólo a un conocimiento muy escorado a determinadas materias, a un conocimiento restringuido que determina nuestra segregación profesional (Ciencias Sociales y Jurídicas, Humanidades, etc..) pero sobre todo y además a un conocimiento claramente androcéntrico que excluye a la mujer como objeto del mismo.
2.- ¿Qué papel juega la mujer no ya en el acceso sino en la producción de conocimiento?
Ambas cuestiones son clave en el actual contexto económico. Acceder a producir ciencia adquiere hoy un valor estratégico y no sólo de cara a marcar la posición que la mujer alcanzará en el nuevo contexto económico (si va o no a formar parte activa de los sectores que generan valor añadido) sino también para transformar cualitativamente un modelo económico que ha excluido a la mujer y a su realidad, que ha negado la dimensión económica de las ocupaciones de las mujeres.
Nuestras Universidades se han feminizado pero no han respondido aún a un modelo igualitario o feminista. Sólo el 14% de las cátedras en nuestro sistema universitario están en manos de mujeres y esto representa una brecha gravísima. La autoridad académica y científica de las mujeres no se puede seguir cuestionando.
Para terminar quiero mencionar el informe Académicas en cifras 2007 que refleja esta realidad pero del que cabe extraer muchas reflexiones, sobre todo, a partir de algún dato para mí -lo confieso- inesperado: en todo el sistema universitario español no existe ni una sóla catedrática, atención, no ya en Ingeniería Aeroespacial, sino en Obstetricia y Ginecología, en Pediatría o en Trabajo Social y Servicios Sociales, por citar algunos ejemplos.
Es decir, ni siquiera en aquellas disciplinas que se orresponden con los roles tradicionalmente asignados a las mujeres, o las que tienen que ver exclusivamente con nuestro cuerpo, adquirimos la autoridad científica. En tareas feminizadas son los hombres los que acceden a este mayor status.
Margaret Maruani cuando define empleo como el conjunto de las modalidades de acceso y salida del mercado de trabajo, así como la traducción de la actividad en status sociales incluye en este último concepto cuestiones como el salario, entre otras. Offe también afirma que el acceso al empleo nos proporciona renta, estatus y participación en el sistema de protección social. Y Marshall incluso otorga una dimensión triple (civil, político y social) a ese estatus que proporciona el trabajo a la persona. Siendo esto irrefutable, a la luz de estos datos cabría preguntarse por qué da la sensación de que, en estos casos -ginecólogos, pediatras- es la condición masculina la que otorga estatus, entendido aquí como prestigio, a estas profesiones. La cocina, labor histórica e intrínsecamente vinculada a la mujer es Alta Cocina cuando la practican los hombres.
Desde el punto de vista del mercado, las mujeres deberíamos contribuir a revertir estos desequilibrios de muchas formas y una de ellas es utilizando nuestra posición de consumidoras de bienes y servicios condicionando la oferta al concentrar o dirigir nuestra demanda a profesionales en estas ramas. Yo prefiero a una ginecóloga que a un ginecólogo pero no es más fácilque te recomienden a un hombre.
Volviendo a la primera parte de mi reflexión, está claro que no podremos maximiza las posibilidades de una economía del conocimiento sin contar con la mitad del talento y que además en esta encrucijada tenemos la oportunidad de transformar un modelo no sólo ineficiente desde el punto de vista económico, como ha demostrado la crisis actual, sino además injusto desde el punto de vista de la igualdad.
Iniciativas legislativas como la nueva Ley de la Ciencia o la Ley de Economía Sostenible incorporan la perspectiva de género pero siguen siendo necesarios muchos esfuerzos en esta dirección. Y desde aquí señalo al de las Universidades que, pese a tener mandatos legales claros, a veces, dan pasos en la dirección contraria.