MODELOS ECONÓMICOS Y GÉNERO EN URBANISMO

Hablar de urbanismo es hablar sobre el modelo económico de las ciudades y sus regiones, pues asignar determinados usos al suelo implica fomentar ciertos sectores económicos a diferencia de otros. Así, la forma de tratar el patrimonio cultural puede llegar a suponer una atracción o una pérdida de visitantes del mismo modo que el trato al entorno natural. Por ello hablar de urbanismo es hablar de economía y como tal, del mismo modo que el espacio, no es neutra y conlleva implicaciones específicas para las personas que asumen la mayor parte de las tareas reproductivas y de cuidados. Un ejemplo es la apuesta por sectores económicos fuertemente sexualizados, véase la industria en el caso de la ciudad de Huelva (donde apenas se emplean mujeres) o el trabajo agrícola en otros municipios (véanse zonas muy feminizadas como la provincia de Huelva o asentamientos a la inversa en El Ejido). Otros son la movilidad hacia el trabajo o la accesibilidad del espacio urbano.

La relación de estos factores (ciudad-economía-calidad de vida) llevó a la reivindicación de lo que se ha llamado “derecho a la ciudad”, un concepto acuñado por Lefbvre (1976) en la década de los sesenta que va más allá de la práctica urbana y que ha llegado a incluirse, con matices, en los objetivos de las políticas públicas, al menos teóricamente.  ONU-Habitat, que es el programa de las Naciones Unidas para los asentamientos humanos, recoge el concepto como el derecho a “habitar, utilizar, ocupar, producir, transformar, gobernar y disfrutar ciudades, pueblos y asentamientos urbanos justos, inclusivos, seguros, sostenibles y democráticos, definidos como bienes comunes para una vida digna”. Dentro de los apartados que aborda se da uno específicamente económico, la búsqueda de “economías diversas e inclusivas”, lo que traducen como la construcción de comunidades con economías diversas “que salvaguarden y aseguren el acceso a medios de vida seguros y trabajo decente para todos los habitantes”. Por seguir conectando lo genérico con lo concreto (o lo global con lo local), los desplazamientos largos, caros e inseguros, asunto puramente urbanístico, hacen que puestos de trabajo aparentemente neutros acaban en condiciones indecentes. Aun concretando más, esto sucede en empleos de cuidados que deben desarrollarse en lejanas urbanizaciones de baja densidad sin apenas conexiones públicas a las que se deben desplazar trabajadoras desde sus barriadas. Estas situaciones son pasadas por alto por la mayoría de políticos y planificadores, por lo que es preciso incorporarlas en las asignaturas a resolver a la hora de perfilar un modelo urbano.

Un mecanismo fundamental para el alcance de los objetivos, según los marcos del derecho urbanístico, es la participación ciudadana, con la que los habitantes pueden definir, ejecutar, seguir y formular presupuestos de políticas urbanas y la ordenación del territorio, condicionando así el modelo económico. Estos planteamientos han sido regulados en las diversas leyes urbanísticas de las autonomías. En el caso andaluz es el artículo 6 de la LOUA (Ley de Ordenación Urbanística de Andalucía), del 2002, el que regula la participación. Esta no prestaba especial atención a lo que desde una perspectiva de género podía implicar. Sería u año más tarde cuando, por la Ley 30/2003 de 13 de octubre se incluiría, siguiendo directrices europeas, la necesidad de elaborar informes de impacto de género para el desarrollo del planeamiento, quedándose un escenario de, por una parte, una regulación sobre la participación sin aplicación de perspectiva de género y una obligatoriedad de elaboración de un estudio de impacto sobre la propuesta, es decir, un proceso no regulado respecto a género y resultado a evaluar en cuanto a tal, aun con la dificultad de ni siquiera contar con métodos de estudio de impacto del urbanismo en general.

A estas regulaciones se han sumado numerosos manuales orientativos sobre formas de fomentar la conciliación a través del diseño urbano, para la inclusión etc. No obstante, estos documentos no tienen carácter de norma ni se traduce en ellas.

En esta situación, son las sensibilidades de los técnicos y políticos las que deben tratar de aplicar un enfoque de género en los procesos de diagnóstico compartido y propuesta, pero sobre todo son los sectores de la sociedad civil quienes deben asumir un sentido proactivo respecto a la definición de un modelo urbano, el cual, en términos de género, condicionará la movilidad, la oferta de equipamientos y los sectores económicos. Volviendo al concepto del derecho a la ciudad, aplicar un enfoque de género no debe limitarse al contraste sobre qué efectos pueden tener las propuestas urbanísticas sobre la vida de la ciudadanía según sexo, sino a la elaboración de las mismas propuestas aplicando el enfoque. De hecho, como es de esperar, los informes de impacto adoptan siempre un sentido positivo sobre las propuestas aun con planteamientos contradictorios sirviendo más de legitimación que de evaluación real.

Llegados a este punto, planteo una serie de cuestiones que extraigo de mi propia experiencia profesional, de la que puedo extraer que apenas se dan reivindicaciones feministas en los procesos urbanísticos a diferencia de lo que sucede con otros sectores. En necesario que al eterno conflicto entre empresarios y ecologistas se sumen las visiones de género en los procesos de participación ciudadana, hoy apenas visibles. Ante la situación cabe preguntarse:

¿Debe la práctica urbanística ser más pedagógica respecto a las implicaciones de las decisiones en la vida cotidiana de las personas y especialmente de las personas cuidadoras? ¿Deben los movimientos feministas encabezar para sí un sentido proactivo en la participación relativa a políticas públicas? ¿se tiene claro el impacto sobre los sectores económicos y la conciliación de las trabajadoras? En conclusión, esta breve reflexión resume que aunque se regulen marcos que busquen la igualdad de oportunidades, son los sectores civiles quienes deben ser protagonistas.

Lefebvre, H. (1976). Espacio y política; el derecho a la ciudad, II (No. 04; HT153, L4.).

Burgos, E. R. (2019). Urbanismo y género: del informe de impacto de género al principio de igualdad de trato como inspirador de la nueva concepción del desarrollo urbano. Revista de Estudios de la Administración Local y Autonómica, 52-71.

EMPLEO, RENTAS, FAMILIA Y VIVIENDA

Este análisis parte de la siguiente pregunta: ¿Qué sucede si se da una separación con cargas familiares en determinados barrios de Huelva?

El Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó los datos sobre las rentas personales y del hogar del año 2016 desagregándolas hasta nivel de las secciones censales del municipio, aunque no separando la realidad entre hombres y mujeres. Las rentas personales anuales fueron de 10.115 euros y las rentas anuales familiares fueron de 26.424 euros. La realidad de los barrios es muy amplia y se observan rentas personales incluso inferiores a la mitad en determinadas zonas de la ciudad. También se dan diferencias según sexos. Estas casuísticas se aplicarán a un factor clave para el bienestar social: el acceso a una vivienda adecuada. Partimos de la afirmación de los estándares europeos que señalan que es adecuado no destinar más de un 35% de la renta mensual al pago de la vivienda para poder vivir. Cruzaremos estos datos con la estructura familiar para resolver la cuestión con que encabezamos este texto.

En primer lugar debemos pormenorizar el análisis de las rentas con un enfoque de género. De la relación de estos datos generales con otros del mismo INE, pueden extraerse algunos análisis de interés sobre los que se pueden afirmar dos cuestiones. En primer lugar, que los datos generales sobre rentas se alimentan en mayor medida del aporte masculino tanto en la renta media personal como en la renta media familiar y, en segundo lugar, que, en relación con las estructuras de los hogares, el riesgo de pobreza es mayor entre las mujeres. Atenderemos especialmente a las rentas personales, pues el análisis lo desarrollamos en torno al caso del enunciado.

En cuanto a la diferente inclusión en el mercado laboral pueden analizarse varios datos: el nivel de formación como factor de oportunidades, el peso de los sectores económicos y la feminización o masculinización de los mismos, el volumen de contratos y los tipos de contratos por nivel y jornada. Las fuentes no coinciden plenamente año a año, pero es preciso aclarar que las variaciones son mínimas en tiempos de estabilidad. Analizamos por ello usando datos previos a la pandemia de la Covid-19 y su impacto en el mundo laboral y posteriores a la gran quiebra económica del 2008. Analizamos los estudios, el tiempo dedicado a tareas ajenas al empleo y el peso según sexos por sector de contratación según datos del Censo 2011 del INE, mientras que las contrataciones, sin desagregar más allá de sexos, se analizan según datos del SEPE del 2019.

En cuanto a la formación, según el Censo 2011, la sexualización es especialmente evidente en la Educación, donde el 71% son mujeres), Salud y Servicios Sociales con el 69% mujeres, Derecho y Artes y Humanidades con el 60% aproximado; mientras que a la inversa, son mayoría los hombres formados en Ciencias Informáticas (66%), Arquitectura y construcción (88%); y titulaciones vinculadas al sector primer (Agricultura, ganadería y Pesca) con el 84% de hombres. A la vez, la presencia femenina en los FP grados medios y superiores es menor (el 42% son mujeres). Se observa una especial feminización en los sectores ligados a los cuidados y la dependencia. Cabe añadir que la presencia en la universidad es mayor en el caso de las mujeres. Sin embargo, esa especialización no tiene un impacto directo en el desarrollo económico. Así, vemos que según las mismas fuentes, dentro de la categoría de empresarios, entre “empresario que emplea personal” son mujeres el 34% del total y un 41% entre “empresarios que no emplean personal”.

Esta diferencia se proyecta a su vez sobre los sectores de contratación según las mismas fuentes. En el sector agrícola los hombres rondan el 5% del total de los trabajadores eventuales. El sector agrícola es un claro ejemplo ya que en el 2019 se dan 172 trabajadoras eventuales agrarios frente a 22 trabajadores mientras que en el sector militar son el 91% hombres. En cuanto a los técnicos profesionales de apoyo, las mujeres suponen el 30% frente al 70% de hombres, suponen el 11% las artesanas y las trabajadoras cualificados de la industria y un 13% en el sector de operadores de instalaciones y maquinaria. Esta reducida presencia de mujeres en estos sectores hacen que en Huelva, donde la industria genera poco empleo, pero con un aporte superior a la mayoría de sectores, las mujeres no sean beneficiarias de este pequeño sector, actualmente tan revisado por su impacto ecológico y su impacto anulador sobre otros sectores. También se observa una ínfima presencia de mujeres como miembros del poder ejecutivo, legislativo y de administración pública, técnicos de ciencias de ingeniería, y supervisores de industria manufactureras, trabajadores en servicios de protección y seguridad, técnicos forestales y trabajadores del sector pesquero, construcción, soldadores, mecánicos y distintos tipos de montadores. En estos sectores las mujeres son menos de 20% del total de los contratados.

A su vez, dentro de los contratados en los sectores de Huelva, el 41% de los contratos son de mujeres y en cuanto a los tipos de contrato, son de tipo fijo o indefinidos el 46% y temporales o eventuales el 53%, lo que muestra una menor dedicación al empleo frente a los hombres. Vuelve a quedar patente en el caso de Huelva a relacionar al 48% que suponen los hombres sobre el total de la población con el 51% de las personas activas. Este contraste entre especialización y acceso al empleo, y a la calidad del mismo, se asocia con actividades reproductivas. Lo muestra la encuesta del INE sobre tareas no remuneradas, que en Huelva indica que las mujeres emplean mucho más tiempo en las tareas no remuneradas que los hombres. El 61,93% de las mujeres cuidan a personas con problemas de salud frente al 38,06% de hombres, el 62,14 de las mujeres cuidan a menores de 15 años frente al 37,85% de hombres y el 75,16% de mujeres se encarga de la mayor parte de tareas del hogar frente al 24,8% de hombres. Esta diferencia, siempre injusta, se hace especialmente agresiva en los contextos de rentas bajas.

De esta menor inclusión en cuanto a tiempo y puestos de mayor remuneración se extrae, según el servicio estadístico de la Agencia Tributaria 2017, que en los sectores vulnerables según ingresos tienen mayor presencia las mujeres, siempre en torno a un 2% más entre quienes viven por debajo de los 5.000, 7.500 y 10.000 euros anuales. Esta dinámica se repite, aun con diferencias en relación a la cuantía total de las rentas medias según la riqueza de ciudades y comunidades, en todo el Estado.

Llegados a este punto añadimos dos datos locales: los hogares de un solo sostenedor son mayoritariamente femeninos y las diferencias de rentas según barrios en Huelva son muy acentuadas. El 61% de hogares monoparentales con hijos menores de 25 años los encabezan mujeres y el 58% en el caso de hijos mayores de 25 años. A su vez se da una mayor índice de soledad a partir de los 65 años en el caso de las mujeres, pues son el 80% de hogares unipersonales de estas características. En cuanto a diferencia de rentas personales, que son las que sostienen los hogares antes expuesto, especialmente feminizados, vemos que las secciones correspondientes a Las Colonias, La Navidad, Pérez Cubillas, el Torrejón o la Hispanidad tienen rentas muy por debajo de las medias locales. Entonces ¿qué sucede tras una ruptura de unidad familiar con cargas?

Aun a riesgo de lo particular de los casos y sobre el análisis estadístico, podría afirmarse que se creará una situación de vulnerabilidad e imposibilidad de acceso a una vivienda que, por lo general, se resolverá con reagrupación, infravivienda o hacinamiento. Empero, incluso con dos sostenedores en el hogar la situación de riesgo es una realidad innegable.

LA CUESTIÓN ESPACIAL DEL TRABAJO

TRABAJO Y CIUDAD

Este es el primero de una serie de breves artículos para la asignatura que abordan diversas dimensiones del mundo del urbanismo y el género. Al hilo del primer bloque, donde abordamos en amplio sentido la relación entre economía y género, trataremos de explicar los sentidos en que se relacionan el espacio urbano como condicionante de producción y producto. En el siguiente bloque se tratará la relación entre trabajo, cuidados y renta con el resumen de casos específicos y en el último se abordarán las políticas de igualdad al respecto, concretamente la incorporación de los estudios de impacto en el planeamiento general.

Es posible que surja aquí una primera pregunta: ¿urbanismo y trabajo por qué? ¿Qué relación tiene el trabajo con la disciplina de la ordenación urbana? ¿Y el espacio urbano con el trabajo? Ese es el primer objetivo del presente texto, exponer dicha relación y el por qué de la necesidad de aplicar un enfoque de género.

Partimos de la afirmación de que ni el espacio urbano ni las disciplinas profesionales que lo ordenan son neutros, del mismo modo que tampoco lo son las resistencias a sus movimientos. El espacio, en relación con la producción, juega un papel relacionado como producto y productor. Las ciudades son fábricas y productos cuya productividad puede cuantificarse y cuyo precio puede ser evaluado. Por ello hablar de urbanismo es hablar directamente de economía y trabajo y, por lo tanto, cabe prestar atención a los efectos que la jerarquía de sexos sobre los sexos y sobre el espacio, todo en relación.

En los años de planteamientos desde la Ecología Urbana de la Escuela de Chicago de autores como Park, Wirt o Redfield se naturalizó el funcionamiento del sistema urbano como si de una especie de cuerpo vivo se tratase, el cual naturalizaba las relaciones desiguales de desarrollo, producción y vida (Castells 1971; De la Peña: 2003). Este sistema incluía para los pensadores el reparto del trabajo, las formas de asentamiento de la clase trabajadora, las formas de desplazamiento o las migraciones. Todas las partes que conforman esta especie de biología urbana, de forma plural acababan teniendo una repercusión sobre la gobernanza y la forma urbana según los teóricos del pluralismo, y en conjunto transforman el ámbito en el que se desenvuelven (Botero 2012).

Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo XX, autores de tradición marxista volvieron el análisis a las formas de dominación y el reflejo de sus estructuras en los productos sociales, entiéndase la ciudad como otro (Lefebvre: 1960 y 1974; Stoker y Mossberger: 1994; Harvey: 1977). Empero, los primeros análisis desde dicho enfoque atendieron exclusivamente a la desigualdad de clase obviando la desigualdad entre sexos. De este modo, la lectura de las grandes transformaciones urbanas del siglo XIX se leyeron como estrategias de las clases dominantes para el control social y, a la vez y en consecuencia, dentro de luchas de las subalternidades por el derecho a la ciudad (compréndase por su transformación para una mejor calidad de vida y democracia), fueron pasadas por alto las cuestiones de las mujeres comprendiendo que las luchas obreras las incluían sin diferencias y los objetivos, por lo tanto, eran unánimes. Este enfoque ha sido superado por el pensamiento urbanístico, aunque apenas implantado en el planeamiento.

Diversas voces han puesto de manifiesto que la planificación y la transformación urbana, ejercida fundamentalmente por varones desde la arquitectura, la ingeniería, el derecho, la geografía, la empresa y los sectores proactivos de la sociedad civil en conflicto, ha obviado temas fundamentales en las vidas de quienes soportan mayor carga en los cuidados, las mujeres por lo general. Autoras como Muxí (2018), Valdivia (2018) o Escalante (2018), han puesto sobre la mesa diversas dimensiones a reformular como son la movilidad, la seguridad, los tipos de servicios, dotaciones y equipamientos, la representatividad en el espacio público, los factores básicos en diagnósticos y la presencia en las tomas de decisiones.

Una parte fundamental de la justificación de la escasa atención prestada históricamente a las necesidades de las mujeres respecto al espacio urbano se fundamenta en el discurso de que las mujeres han estado ligadas solo al ámbito doméstico a diferencia de los hombres, que han desarrollado su vida en el espacio público. Este planteamiento se basa en la evidencia de que las tareas reproductivas y del hogar han sido desarrollada por las mujeres casi de forma exclusiva. Sin embargo, el planteamiento obvia que las mujeres han utilizado la ciudad para dichas tareas a la que, además, se han sumado en muchas ocasiones las de trabajos no regularizados y empleos complementarios. Así, las mujeres han desarrollado sus actividades en espacios diseñados por y para hombres. Alfareras, costureras y tejedoras, siempre sin abandonar las labores domésticas, han producido en espacios que se diseñaron sin tener en cuenta dichas actividades del mismo modo que las remendadoras de redes trabajaron en lugares marginales de los barrios portuarios o los muelles. Así, mientras que los oficios de los hombres contaron con espacios adecuados, los oficios de las mujeres (invisibilizados y complementarios) ocuparon espacios no exclusivos de la casa o la misma calle.

Este esquema, con el paso del tiempo y una mayor incorporación de la mujer al mundo laboral, se mantiene en cierto modo y es la misma configuración del espacio urbano un límite a una integración más amplia. ¿O no es un impedimento para la integración en el mercado laboral de las mujeres el diseño de ciudades que implican el uso del coche siendo menor el porcentaje de mujeres que conduce? Incluso conduciendo y disponiendo de vehículo, ¿no es un obstáculo para quien dedica mayor tiempo a los cuidados disponer los servicios básicos de forma alejada implicando distancias largas que reducen la disponibilidad para el desarrollo profesional?

O respecto al transporte público, ¿no es injusto y desemboca en peor calidad de vida de las trabajadoras que se atienda en modos y horarios a los polígonos industriales o zonas de oficinas y no a las zonas residenciales donde muchas mujeres prestan servicio doméstico y a hacia donde se desplazan diariamente? ¿Y las zonas de restauración? ¿No supone un peor trato según sexo contar con espacios de trabajo que dan inseguridad o con trayectos similares? ¿Pueden trabajar en similares condiciones vendedoras ambulantes y vendedores? ¿tienen una percepción similar sobre la iluminación de las calles?

Incluso con condiciones laborales iguales entre sexos (aquí se abriría otro debate que no abordaré), las formas de acceso al puesto son un condicionante para el desarrollo de las actividades que, en relación al espacio, mantienen aspectos de desigualdad. Estos aspectos alimentan una desigualdad de partida, la relativa a asumir las tareas de reproducción. Por ello, el abordaje de estos problemas urbanos pensando en y pensando por mujeres no pretende perpetuar el reparto desigual de tareas y oportunidades sino facilitar el reparto equitativo. Se hace además con planteamientos de ampliación de la gobernanza y de mejora de calidad de vida de la ciudadanía, pues las estrategias con que se pretenden solventar los problemas son también estrategias de sostenibilidad. Proximidad, plurifuncionalidad espacial, accesibilidad universal y derecho a la participación son, en conjunto, una mejora para hombres y mujeres.

Bibliografía

-Botero, S. L. (2012). El giro político-cultural en los estudios del poder urbano. Co-herencia, 9(16), 215-246.

-Castells, M. (1971). El mito de la sociedad urbana. Revista EURE-Revista de Estudios Urbano Regionales, 1(3).

-De la Peña, G. (2003). Simmel y la Escuela de Chicago en torno a los espacios públicos en la ciudad. Quaderns-e de l’Institut Català d’Antropologia.

-Escalante, S. O. (2018). La seguridad urbana desde el urbanismo feminista. Barcelona Societat-Revista de Investigación Nº 22 Col· lectiu Punt, 6.

-Harvey, D. (1977). Urbanismo y desigualdad social. Madrid: Siglo XXI Editores.

-Lefevbre, H. (1960). El derecho a la ciudad. Barcelona: Península.

-Lefebvre, H. (1974). “La producción del espacio.” Papers de Sociologia, pp.219-229. Barcelona: Universitat Autònoma de Barcelona.

-Stoker, G y Mossberger, K. (1994). “urban Regime Theory in Comparative Perspective” en Enviroment and Planning part C: Goverment and Policy, 12.

-Sanz, P. P. (2013). Reformulando la noción de  Derecho a la Ciudad» desde una perspectiva feminista. Encrucijadas: Revista Crítica de Ciencias Sociales, (5), 82-105.

-Moreno, M. P. M. (2019). MUXÍ MARTÍNEZ, Zaida: Mujeres, casas y ciudades. Más allá del umbral. Barcelona, Dpr_Barcelona, 2018. Arenal: Revista de historia de mujeres, 26(1), 333-338.

-Muxí, Z. (2018). Mujeres, casas y ciudades.: Más allá del umbral. dpr-barcelona.

-Valdivia, B. (2018). Del urbanismo androcéntrico a la ciudad cuidadora. Hábitat y Sociedad, (11).