La Economía Social y Solidaria (ESS) va de la mano de la Economía Feminista. Si la primera es una forma de vivir que abarca la integralidad de las personas y subordina la economía al desarrollo personal, social y ambiental del ser humano incorporando elementos como la solidaridad, redistribución y sostenibilidad; la segunda comparte su definición desde la búsqueda de procesos que transformen nuestras estructuras económicas y modelos de trabajo, combatiendo así las desigualdades de género que provoca el sistema capitalista actual.
Hay otras formas de hacer, más cooperativas e igualitarias[i]. Y en ellas, las propuestas feministas son imprescindibles. A su vez, promover la ESS es una estrategia para mejorar la situación socio-económica de las mujeres y de niñas.
Esta unión se ha materializado en la última huelga feminista del 8 M, en la que la Red de Redes de Economía Alternativa y solidaria (REAS) compartía la dimensión laboral, de cuidados y consumo del movimiento violeta. Una economía que promueva un consumo inclusivo, consciente y responsable es también una economía feminista. No solo porque desde el patriarcado (en alianza con el sistema capitalista) se nos marcan formas de vestir y actuar, difundiendo un prototipo de belleza, cosificando nuestros cuerpos y vendiéndonos como objetos sexuales; sino porque desde el capitalismo se nos impone una forma irracional e insostenible de consumo –desde necesidades muchas veces ficticias- basado en la explotación laboral de personas de otros países en régimen de esclavitud.
En este sentido, una de las principales propuestas de REAS para caminar hacia otras formas de consumo fue la creación del que denomina Mercado Social[1]. Desde este ideario se ahonda en la relación género-consumo y en la construcción del mercado social desde una perspectiva feminista.
Desde ahí, REAS concibe el consumo como una práctica social más influido por normas sociales y hábitos que por elecciones individuales y deliberadas. Considera que las personas se sitúan ante las prácticas de consumo de forma desigual en base a ciertos condicionamientos sociales como el género y que desde el consumo se reproducen esas desigualdades. Por ello las personas somos socializadas como mujeres y hombres también desde las prácticas de consumo. Estos se denominan “consumos de género” y están directamente relacionados con la violencia hacia la mujer. Además de ello, las mujeres somos grandes consumidoras: como principales responsables de los cuidados tenemos que atender las necesidades de los otros; al mismo tiempo somos blanco de todo el comercio relacionado con la estética (moda, belleza, …).
En esta línea, son altamente recomendables los informes publicados por la entidad SETEM[2]: ¿Consumimos violencia? Proceso colectivo de aprendizaje y creación de conocimiento sobre las violencias machistas y los consumos” sobre las violencias machistas que surgen en el consumo de productos domésticos, de estética y en la movilidad urbana[3]; y “¿Consumimos violencia? Guía para la reflexión para un consumo libre de violencias machistas” Herramienta pedagógica para visibilizar la relación entre consumo y violencias machistas, ayudando al cuestionamiento de nuestras propias prácticas y hábitos de consumo y a impulsar un modelo de consumo generador de igualdad y libre de violencias machistas.
No olvidemos que un consumo responsable es un consumo
transformador …
[1] “Una red de producción, distribución y consumo de bienes y servicios que funciona con criterios éticos, democráticos, ecológicos y solidarios, constituida por empresas y entidades de la economía social y solidaria junto con consumidores y consumidoras individuales y colectivos. Cuyo objetivo es cubrir una parte significativa de las necesidades de sus participantes dentro de la red y desconectar la economía solidaria de la economía capitalista” http://www.reasred.org
[2] http://www.setem.org/blog/es/euskadi/A-iquest-consumimos-violencia
[3] El análisis
del nexo entre violencias machistas y consumo se ha realizado a partir del
estudio de cuatro ámbitos concretos: 1.- Alimentación, al ser una de las
necesidades básicas. 2.- Productos del hogar, atendiendo a la división sexual
del trabajo. 3.- Estética (textil y
cosmética), para poder mirar la cosificación y violencia sobre el cuerpo de las
mujeres. 4.- Movilidad, por ser un ámbito relacionado con el consumo sostenible
que ha permitido analizar cuestiones más
estructurales como pueden ser las políticas de organización de las ciudades.
[i] En España la ESS ha pasado de facturar 171 millones de euros anuales a 379 en la última década y ha conseguido adentrarse en sectores como la energía, la banca o las telecomunicaciones. La economía no será social ni solidaria sin feminismos. www.pikaramagazine.com 08/01/2018