En las últimas décadas, hemos asistido a una transformación social y política muy importante en materia de igualdad de género. Sin embargo, no es raro escuchar en los espacios feministas que dicho suceso no se corresponde con la consecución de una igualdad sólida, real y efectiva. Si bien es cierto que la lucha feminista ha conseguido transformar el marco jurídico y administrativo en uno más igualitario, esto no ha supuesto (ni ha ido acompañado) de todos los cambios culturales necesarios para que dicha igualdad sea efectiva en la sociedad.
Así, si bien las mujeres hemos accedido progresivamente al mercado laboral en los últimos años; se sigue reproduciendo la tendencia hacia una división sexual del trabajo, unos contratos más precarios y salarios más bajos. Pero, ¿Por qué? ¿Cómo es posible que se siga reproduciendo la segregación ocupacional? ¿Cómo es posible que sigamos firmando los contratos más precarios? ¿Cómo es posible que se siga “pegando el suelo” y que sigamos atrapadas bajo el “techo de cristal”?
Trataremos de dar respuesta a estas preguntas a través del concepto de violencia simbólica (Bourdieu, 2000), el mito de la libre elección (De Miguel, 2015) y de los planteamientos de la Economía Feminista.
Lo invisible de la violencia: Del patriarcado de la coacción, al patriarcado del consentimiento.
Para Bourdieu (2000), la violencia simbólica es una: “violencia amortiguada, insensible e invisible para su propias víctimas, que se ejerce esencialmente a través de los caminos puramente simbólicos de la comunicación y del conocimiento o, más exactamente, del desconocimiento, del reconocimiento o, en último término, del sentimiento” y que se apoya en relaciones de “dominación masculina”.
La violencia simbólica no necesita justificaciones; es el fruto de un proceso histórico, de reproducción social, en el que colaboran diversos agentes sociales (familia, escuela, medios de comunicación, estado, iglesia) e individuales (dominadores y dominadas). La violencia simbólica es una violencia suave, invisible, que se erige sobre el consentimiento del dominado, que la interioriza como natural pues las únicas – o las de más fácil acceso- herramientas de las que dispone para analizar su realidad social son las herramientas del dominador (Varela, 2013).
Kate Millet, autora de Política sexual, también hablaba de esto ya en 1969: “No estamos acostumbrados a asociar el patriarcado con la fuerza. Su sistema socializador es tan perfecto, la aceptación general de sus valores tan firme y su historia en la sociedad humana tan larga y universal, que apenas necesita el respaldo de la violencia” y aún así, continúa: “al igual que otras ideologías dominantes, tales como el racismo y el colonialismo, la sociedad patriarcal ejercería un control insuficiente, e incluso ineficaz, de no contar con el apoyo de la fuerza, que no solo constituye una medida de emergencia, sino también un instrumento de intimidación constante”.
Es en este sentido, en el que Ana de Miguel (2015) conceptualiza el término de “el mito de la libre elección”. De Miguel apunta que existe toda una suerte de estructuras sociales muy ancladas en la raíz de la sociedad, que nos llevan, de alguna manera, a reproducir continuamente las desigualdades de género. Hemos pasado de un patriarcado de la coacción a un patriarcado de consentimiento, de tal manera que la propia naturalización de la desigualdad social nos hace ciegas ante el encarcelamiento de muchas de nuestras elecciones, y por tanto, a la propia reproducción de la desigualdad.
De homos economicus y mujeres que cuidan sin contar:
El acceso masivo de las mujeres a la educación superior y al mercado laboral, entre los 80 y 90, no fue fruto de un fuerte desarrollo del Estado de Bienestar, o consecuencia de una multitud de hombres reclamando su espacio en la esfera reproductiva y de cuidados; sino, más bien, gracias a la asunción y la conquista de la hegemonía de ciertos valores feministas, y a una “huelga de natalidad” y de cuidados, encabezada por mujeres (De Miguel, 2015).
Teniendo esto en cuenta, es lógico pensar que la vida de las mujeres aparece atravesada por dobles jornadas y multitud contradicciones. Las economistas feministas hablan de que estamos ante una crisis de cuidados, pues el acceso masivo de las mujeres en el ámbito laboral ha puesto de manifiesto y ha hecho visible toda la cantidad de trabajo que no está siendo contabilizado en la economía capitalista y que es indispensable para que la sociedad funcione.
Si pretendemos indagar en las causas por las cuales siguen existiendo diferencias en el acceso a los ámbitos de dirección, a puestos más estables y con contratos a tiempo completo, no podemos obviar esta mirada feminista de la economía. Pues, el hecho de que las mujeres sigan ocupando los contratos más precarios, menos estables pero también más flexibles en cuanto al horario laboral, puede tener relación con que, todavía hoy, las mujeres siguen soportando la mayor carga en el ámbito reproductivo, de cuidado. Es decir, las mujeres están realizando una cantidad incontable de trabajo, que es ignorado por las visiones androcéntricas de la economía. Un trabajo que no está remunerado, que carece de derechos laborales y que no sólo no puntúa en el currículum profesional, si no que obstaculiza el desarrollo profesional (Pérez-Orozco, 2006).
Resumiendo, que es gerundio
Haciendo un esfuerzo de síntesis entre estas tres visiones, podemos resumir que existe todo un entramado ideológico, social y económico que reproduce y perpetúa la desigualdad de género a través de formas sutiles e imperceptibles. Una violencia simbólica que construye relatos vitales, cosmovisiones del mundo y el sentido común. Una violencia que se perpetúa por la complicidad y el consentimiento, subconscientes, de dominadores y dominadas; y legitimado por el discurso de la libre elección. Una violencia que invisibiliza una parte indispensable de la economía, cuyo mayor peso recae sobre las mujeres, y sin el cual no sería posible la vida. Más allá del marco legislativo, hay todo un entramado cultural que sigue reproduciendo la diferencia sexual a todos los niveles.
El camino es largo, pero está allanado por el paso de las luchas, de los cuidados y de las resistencias cotidianas de las que nos precedieron. Y, además, cada vez somos más a este lado del camino. Como cantábamos al unísono el pasado 8 de marzo: “hombro con hombro, unas con otras, nos vamos a liberar”.
REFERENCIAS:
Bourdieu, P. (2000). La dominación masculina. Editorial Anagrama, Barcelona.
De Miguel, A. (2015) Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección. Editorial Cátedra, Madrid.
Ezquerra, S. (2011). Crisis de los cuidados y crisis sistémica: la reproducción como pilar de la economía llamada real. Investigaciones feministas, 2(0).
Millet, K. (1995). Política sexual. Cátedra, Universidad de Valencia.
Orozco, A. P. (2006). Amenaza tormenta: la crisis de los cuidados y la reorganización del sistema económico. Revista de economía crítica, 5, 7-37.
Pessolano, D. (2016). Economía de la vida. Aportes de estudios feministas y de género. Polis. Revista Latinoamericana, (45).
Varela, N. (23 de Julio de 2013). Violencia simbólica. Recuperado de http://nuriavarela.com/violencia-simbolica/