Urbanismo feminista para construir ciudades que cuiden la vida.

El análisis de género sobre el urbanismo nos revela que las ciudades están planificadas desde la óptica de la productividad, orientadas al trabajo remunerado y al consumo. El diseño de los espacios urbanos sigue la misma lógica que el sistema capitalista de la división sexual del trabajo, separando la esfera pública o productiva, ocupada por los hombres, de la esfera privada o reproductiva, destinada a las mujeres; espacios en los que se priorizan las actividades de producción, olvidando e invisibilizando las tareas de reproducción. Así como ocurre en el mercado de trabajo, en las ciudades los cuidados están invisibilizados, se quedan en casa, las calles son para los desplazamientos a los lugares de trabajo, principalmente en coche, y para facilitar los negocios. Las ciudades actuales están pensadas desde un punto de vista androcéntrico, tomando al hombre como modelo, ese sujeto económico del que nos habla Amaia Pérez Orozco: el BBVAh (blanco, burgués, varón, adulto, heterosexual) y sin diversidad funcional. Un sujeto privilegiado que se constituye como lo hegemónico, como la normalidad, tanto en la economía como en el urbanismo. Las ciudades se diseñan para satisfacer sus necesidades.

Quiero compartir las aportaciones que hace en este sentido Blanca Valdivia en su artículo Del urbanismo androcéntrico a la ciudad cuidadora (2018), en el que aborda cómo se ha ido construyendo la concepción social del espacio público como espacio ajeno e inapropiado para las mujeres, del que han sido excluidas. Señala la autora que esta exclusión de las mujeres del ámbito público tiene su origen en la Revolución Industrial, en la que también se comienza a identificar a las mujeres con las actividades de cuidados, actividades que se llevaban a cabo exclusivamente en el espacio doméstico. A partir de esta división sexual de los trabajos, enmarcada en el sistema social patriarcal, comienzan a conformarse las ciudades. Como consecuencia, los espacios se han configurado históricamente desde la dicotomía público-privado, priorizando las experiencias y necesidades masculinas, y obviando la satisfacción de las necesidades vinculadas con la esfera reproductiva. Una concepción de los espacios que ha invisibilizado la participación de las mujeres en esfera pública y sus contribuciones a la económica, la política y la cultura.

Uno de los aspectos fundamentales que señala Valdivia es la necesidad de responsabilizarnos socialmente de los cuidados y colocarlos en un lugar central en nuestra sociedad, revirtiendo la posición marginal que tienen socialmente. Para ello es imprescindible cambiar la concepción de los espacios de la ciudad y reconfigurarlos, así como los tiempos, pensándolos para poder desarrollar todas las actividades de cuidados.

En este línea de cambiar los parámetros sociales que valoran más las actividades productivas que las reproductivas se enfoca el urbanismo feminista. Su objetivo es transformar el modelo de ciudad, rompiendo con la visión androcéntrica y neoliberal sobre la que están construidas nuestras ciudades y diseñar una planificación urbana que responda también a las necesidades derivadas de la esfera reproductiva, poniendo en valor los cuidados. Esta visión feminista del urbanismo “reivindica la importancia social de los cuidados sin que esto signifique encasillar a las mujeres en el rol de cuidadoras, sino asumiendo que todas las personas somos dependientes unas de otras y del entorno y que, por lo tanto, los cuidados deben ser una responsabilidad colectiva”(Valdivia, 2018).

Desde la cooperativa de urbanistas feministas Col·lectiu punt 6, de la que forma parte Blanca Valdivia, buscan la transformación de las ciudades para mejorar la cotidianidad de las personas, anteponiendo la vida y los cuidados al sistema productivo. Desde una perspectiva interseccional, en la que la diversidad de género se entrecruza con tras variables como la edad, el origen, la identidad sexual, el tipo de unidad de convivencia, la diversidad funcional, etc., analizan cómo los roles de género influyen y tienen implicaciones directas en las decisiones urbanas y cómo las diferentes posiciones de poder influyen en el uso y la configuración de los espacios. Sus propuestas parten de la necesidad de repensar los espacios y apropiarse de los mismos para convertirlos en espacios de participación comunitaria, lugares y tiempo en los que encontrarse para crear redes de apoyo mutuo. Sus propuestas abogan por poner la vida de las personas en el centro de las decisiones urbanas.

Os dejo con una frase de Adriana Ciocoletto, integrante del Col·lectiu punt 6, y coautora junto a Blanca Valdivia del libro Urbanismo feminista, por una transformación radical de los espacios de vida (Virus Editorial, 2019).

“El urbanismo feminista pretende transformarlo todo radicalmente… El urbanismo feminista va al lado y de la mano de la economía feminista.”

Fuentes consultadas:

– Col·lectiu Punt 6 (2016, julio 30). ¿Qué es el urbanismo feminista? [Vídeo]. Recuperado de https://youtu.be/dI4TOCPMMBA

– Regadas, Leire (2020, marzo 8). El urbanismo feminista pretende transformarlo todo radicalmente. El Salto. Recuperado de https://www.elsaltodiario.com/urbanismo/feminista-adriana-ciocoletto-blanca-valdiviafeminista-pretende-transformar-todo-radicalmente

– Valdivia, Blanca (2018). Del urbanismo androcéntrico a la ciudad cuidadora. Hábitat y Sociedad (issn 2173-125X), n.o 11, noviembre de 2018, pp. 65-84. http://dx.doi.org/10.12795/HabitatySociedad.2018.i11.05

¿Importa el género en la economía?

Una de las preguntas que pueden surgir si hablamos sobre economía es ¿importa el género en este sentido? Es decir, ¿es relevante si se pertenece a un género o a otro para poder participar en la economía? Para dar respuesta a estas preguntas, en el documento llamado “Las mujeres, el trabajo y la economía: Beneficios macroeconómicos de la equidad de género” encontramos varias respuestas de las cuales se hablará en las siguientes líneas que ocupan esta entrada de nuestro blog.

Por un lado, podemos ver que existen evidencias que ponen a la luz que cuando las mujeres desempeñan un puesto en el mercado de trabajo, los beneficios macroeconómicos son significativos, llegando incluso a producirse pérdidas del PIB per cápita debido a las desigualdades de género en el mercado laboral; además, también se aprecia que en las economías que se encuentran en situación de envejecimiento a alta velocidad una participación femenina en la fuerza laboral (PFFL) podría estimular el crecimiento al moderar el impacto que produce la reducción de la mano de obra; asimismo, que las mujeres cuenten con mejores oportunidades para obtener ingresos y poder controlarlos contribuye a que se produzca un mayor desarrollo económico, por ejemplo, a través de tasas más altas en cuanto a la matriculación escolar de las niñas; por último, también se debe resaltar que el empleo de las mujeres en condiciones de igualdad podría permitir que las empresas pudieran aprovechar el talento, lo que conllevaría un mayor crecimiento potencial.

En definitiva, queda claro que, si se produjera una mayor igualdad, o, como dice el título del documento en el que me he basado para esta entrada, la equidad entre mujeres y hombres en la economía, esto conllevaría no solo grandes avances con respecto al feminismo, sino también multitud de beneficios económicos para las mujeres y para la economía general de los diferentes países en los que se luche por conseguir dicha equidad entre géneros.

Asimismo, también es fácil reconocer las características del mercado laboral en función del género, por lo que deberíamos ser conscientes de ello para poder así tratar de cambiarlo. Entre dichas particularidades encontramos las siguientes: las mujeres contribuyen de manera sustancial al bienestar económico al aportar trabajo no remunerado, puesto que se dedican a las labores de la esfera privada, o lo que es lo mismo, a las del hogar, tareas que son prácticamente invisibilizadas; la diferencia de remuneración entre mujeres y hombres, aunque ocupen el mismo puesto; las necesidades básicas insatisfechas y la ausencia de derechos hacen que el potencial de las mujeres se vea limitado a la hora de incorporarse al mercado laboral; la representación femenina en altos cargos y entre empresarios se mantiene muy baja, etc.

Tras ver las características del mercado laboral con respecto al género, es indudable de que nos encontramos ante una situación en la que la mujer se ve sometida a estar a un nivel inferior al hombre, pero, ¿por qué? Debemos luchar por hacer ver que tanto mujeres como hombres tienen las mismas capacidades, derechos y deberes, por lo que todos y todas deben ser considerados de la misma manera y por ello deben estar presentes de igual forma en todos los ámbitos que componen nuestra sociedad, incluida la economía, algo que, al fin y al cabo, es un pilar fundamental. Por todo esto, creo que la economía también debería basarse en la perspectiva de género para así contribuir desde ella a la igualdad entre mujeres y hombres.

FUENTES CONSULTADAS:

http://www.igualdadenlaempresa.es/enlaces/webgrafia/docs/Las_mujeres_el_trabajo_y-FMI.pdf