Cuando el sexismo es económico: la tasa rosa.

En 1955 se realizó un estudio en California que demostró que las mujeres pagaban al año 1351 dólares más que los hombres por los mismos productos. Es la “Women Tax”, concepto acuñado por el grupo feminista Georgette Sand. Consiste en colorear un producto de rosa, lo que lo hace “para mujeres” y así sube el precio.

Lo primero que me llama la atención es esa insistencia en asociar el color rosa a “lo femenino”. Y, a diferencia de tantos otros sexismos, ni siquiera podemos atribuirlo a la cultura. La historiadora Jo B. Paoletti en Pink and Blue: Telling the Girls From the Boys in America demuestra que antes de la Primera Guerra Mundial se usaba el color blanco para los bebés, sin distinción por sexo. Como explica Eva Heller en su libro Psicología del color, el atribuir el color rosa a las mujeres es algo relativamente reciente: nació en los años 20, pero no se generalizó hasta pasada la Segunda Guerra Mundial. En 1914, The Sunday Sentine recomendaba asignar el color rosa a los niños, por ser más “vivo” y “luminoso”, mientras que el azul debía ser para las niñas por ser más apagado. Según una noticia publicada en Time en 1927, una gran parte de los almacenes estadounidenses prefería asignar el color rosa a los niños.

Que se siga asignando el color rosa a “lo femenino” ya resulta, de por sí, bastante sexista. A esto hay que añadirle que, al menos en la mayoría de los casos, no existe una diferencia entre el producto “masculino” y el “femenino”. Es decir, su aplicación es indistinta del sexo o género de quién la esté usando. Un buen ejemplo son los botes de champú, las cuchillas de afeitar o cepillos de dientes. Sin embargo, últimamente esta división está empezando a aplicarse incluso a los bolígrafos: ahora los bolígrafos rosas son para mujeres. Por si todo este sexismo no bastara, resulta que los productos para “mujeres” son más caros.

Tal y como ya he dicho al comienzo de esta entrada, la organización Georgette Sand ya había demostrado que estos productos “rosas”, destinados a mujeres, son más caros. The Daily Share lo demuestra a la perfección con un vídeo. Las cuchillas azules valen un dólar menos que las rosas. Dos colonias de la misma marca valen 106,60 (la de mujeres) y 87,00 (la de hombres) dólares. Los productos de cuidado de la piel destinados a mujeres son más caros que aquellos que están destinados a hombres. Y así sucesivamente. Esta tasa rosa resulta especialmente elevada en lo relativo a los productos de higiene, pero se aplica a todo lo demás. Los cortes de pelo para mujeres son mas caros, un mismo patinete vale más caro si es “para niña” que si es “para niño”. El asunto de la tasa rosa ha llegado a unos límites muy abusrdos: he llegado a ver “taladros para mujeres” (porque, por supuesto, las mujeres necesitamos un taladro especial). Esa “peculiaridad” que le hacía apto para mujeres era, como no, ser rosa (por lo demás, era un taladro normal). Y eran los más caros de todo el estante.

A modo de conclusión, la solución, a nivel individual, parece simple. Sencillamente, no comprar esos “productos para mujeres”. Ya hemos dicho que, en la mayoría de los casos, no hay una diferencia sustancial, más allá del color. Pero la “tasa rosa” me parece un indicativo sintomático del sexismo que aún impera en nuestra sociedad.

https://verne.elpais.com/verne/2014/11/18/articulo/1416293525_000025.html

Heller, Eva. (2004). Psicología del color. Gustavo Gili

Paoletti, Jo B. (2012). Pink and Blue: Telling Girls From the Boys Indiana University Press

Techo de cristal en el Ejército español.

En el año 1988, las Academias militares españolas abrían sus puertas a las mujeres, y en 1990 estas podían ser “soldados voluntarias” (según la RAE, el término “soldada” tiene un significado diferente al de “femenino de soldado”). Desde entonces, las mujeres se han incorporado al Ejército, y su participación es mayor que en la media de la Unión Europea: mientras que la media en la OTAN es de un 10 %, la media en España es de algo más del 12,7 %. En el año 2018 se celebraban los treinta años de la entrada de las mujeres al Ejército, con figuras de renombre tales como Patricia Ortega (primera mujer coronel), Rosa maría García-Malea (primera mujer que pilotó un caza de combate) o Esther Yáñex (primera mujer al mando de un buque militar).

Sin embargo, no todo es color de rosa. Lo primero que me llama la atención son las cifras: un 12,7 % puede ser más que en otros lugares, pero sigue siendo una cifra muy baja, si la confrontamos con el 87,3 % de hombres. Según el diario La opinión de Murcia, en estos treinta años se han incorporado a filas unas 15.000 mujeres al Ejército. Del mismo modo, desde el año 2000 se ha producido un aumento del tan solo un 6 %. El 21 de octubre, el Público exponía un artículo con una entrevista a Letizia Prieto, comandante auditora de las Fuerzas Armadas. Declaraba que ha debido de sufrir en sus carnes la condescendencia paternalista de sus superiores.

Otro problema con el que tienen que lidiar las mujeres que se encuentran en el Ejército es que los mecanismos de denuncia con internos, y los delitos son juzgados por tribunales militares. En muchas ocasiones, estos declararán que la denuncia es falsa y el castigo lo recibe ella. En otros casos, la mujer terminará de baja psicológica. En un mundo muy patriarcal y jerárquico como lo es el militar, la palabra de un individuo vale lo que vale su rango. Si a esto le añadimos la condición de mujer de muchas de las “soldados” o “marineros”, estas están perdidas.

A mi parecer, lo peor del asunto es que unos cuantos cambios en la legislación supondrían unas sustanciales mejores en la calidad de vida de las mujeres que forman parte del Ejército.

Todas estas circunstancias conllevan a que exista un “techo de cristal” en la jerarquías militares. Según Carlos del Castillo, en un artículo de el Público del ocho de septiembre de 2016, el grueso de las mujeres militares se concentra en los puestos de menor rango: soldados, marineros o cabos. La cifra está en torno a los 12.600 mujeres, es decir, tan solo una sexta parte de las tropas. E incluso así, el porcentaje es el doble que el de las mujeres oficiales, que son apenas un 8,2 %. Y aquellas que ostentan un mando en tareas puramente castrenses (es decir, si eliminamos aquéllas que pertenecen a los Cuerpos Comunes) es del 4,5 %. Y es que, aunque en la teoría las mujeres tienen permitido acceder a cualquier puesto del Ejército (algo que en otros países ni siquiera es posible), no es cierto que exista una auténtica igualdad.

Teresa Franco, secretaria de Igualdad de la Asociación Unificada de Militares Españoles, declaraba en el artículo de Carlos del Castillo: «En primer lugar habría que determinar qué es la igualdad. ¿Igualdad numérica? No la hay. ¿Igualdad es igualdad legal? Entonces está más conseguido, porque los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos. ¿La igualdad es la capacidad de tomar decisiones que tienen las mujeres? Entonces es cero. La igualdad en ese aspecto no ha llegado a las Fuerzas Armadas».

Sacado de:

https://www.publico.es/politica/manda-mujer-ejercito.html

https://www.publico.es/espana/30-anos-caras-mujer-ejercito.html

https://www.laopiniondemurcia.es/comunidad/2019/03/05/asamblea-pide-romper-techo-cristal/1002051.html

La rentabilidad de los defectos de las mujeres.

El sistema patriarcal en el que vivimos establece que la valía de una mujer está determinada por su «belleza». Es decir, que cuanto más cerca esté una mujer de los cánones de belleza oficiales, mayor será su valía como persona. Y esto ha sido así, no solo a lo largo de la historia de nuestra cultura, sino también en la práctica totalidad de las civilizaciones de todo el mundo. Sin embargo, este fenómeno nunca ha sido tan evidente como en el siglo XXI. Es ahora cuando los cánones de belleza empiezan a ser cada vez más exigentes e inhumanos, hasta el punto que muy pocas personas pueden alcanzarlo de manera «natural». A esto hay que sumarle nuestro exposición a los medios audiovisuales. Constantemente somos bombardeadas con imágenes de personas «perfectas».

Los hombres también están expuestos a este fenómeno, puesto que también en ellos se juzga la «belleza». Sin embargo la presión social es menos acusada: en ellos no es ta importante, y el reconocimiento social lo pueden obtener mediante otras vías.

Todo lo anteriormente dicho es aprovechado por lo mecanismos propios de la economía capitalista. Surgen así la industria de la belleza, que ofertan multitud de maneras de «mejorar el aspecto», a libre disposición del consumidor. Esta industria de la belleza es causa y consecuencia de que estos «estándares» sean tan exigentes y difícil de cumplir. Insinúan a la espectadora que su apariencia es defectuosa, para luego ofrecer una solución. Una solución que hay que pagar. Se trata de un negocio, y muy lucrativo.

Un sector que está cobrando cada vez más fuerza con el paso de los años es la cirugía estética. En julio de 2017, España era el duodécimo país en intervenciones estéticas, según la Sociedad Española de Cirugía Plástica Reparadora y Estética. En noviembre de 2018 se habían realizado 398.350 intervenciones, de las cuales, el 83,4% se practicaron a mujeres, y el 16,6% a los hombres. El número de pacientes masculinos está aumentando con respecto a años anteriores, aunque sigue constituyendo un porcentaje minoritario. Los precios variarán según la clínica y la Comunidad Autónoma, pero como ejemplo ilustrativo: en una clínica privada en Madrid, el coste del aumento de mamas es de entre 5.000 y 9.000 euros. Siendo así, no es de extrañar que el Portal de Estadísticas establezca que el valor de mercado del sector a nivel mundial es de nueve mil millones de euros.

La conclusión de lo anteriormente dicho es que, en una economía capitalista combinada con un sistema patriarcal, la belleza de las mujeres resulta ser un negocio altamente lucrativo. Los problemas aparecen con el intrusismo dentro del sector. Existen multitud de ofertas que se caracterizan por sus bajos precios. La realidad es que son operaciones llevadas a cabo por individuos que no son profesionales, y ofrecen sus servicios a un precio más bajo. El ejemplo más reciente que he podido encontrar está publicado por el diario El Español, el 21 de abril de 2019. Una joven de Palma de Mallorca se sometió a una depilación láser en el pubis. Sin embargo, debido a un mal uso de la maquinaria por parte de la persona que realizaba la operación, la anómala potencia del láser le provocó quemaduras de tercer grado. En ese mismo artículo recoge la declaración de un abogado que asegura que en entre abril y mayo (cuando tienen lugar el 50% de las intervenciones) la mayoría de las reclamaciones que llegan a su despacho están relacionadas con una mala praxis médica en operaciones de aumento de pecho. Según Carmen flores, presidenta de la Asociación del Defensor, ha aumentado el número de casos de negligencias en operaciones estéticas.

A modo de conclusión, cabe preguntarse por la integridad de un sistema que valora a sus ciudadanas por su físico, a la par que requiere del malestar de un porcentaje significativo de la población para poder funcionar.

Sacado de:
https://secpre.org/blog/item/espa%C3%B1a-12%C2%BA-pa%C3%ADs-del-mundo-en-intervenciones-est%C3%A9ticas-seg%C3%BAn-la-isaps

Sacado de:
https://www.clinicpoint.com/madrid/cirugia-estetica/mamoplastia

Sacado de:
https://es.statista.com/temas/3958/cirugia-y-medicina-estetica/

Sacado de: https://www.elespañol.com