Trabajo reproductivo y acumulación capitalista

Por lo general la masificación del desempleo, extensión de la jornada de trabajo más allá de la necesaria sin el reconocimiento salarial de la misma, las prácticas de flexibilización laboral y la tecnología son fuentes de incremento de la plusvalía y consecuentemente de la acumulación capitalista; no obstante, el trabajo reproductivo constituye un factor importante de acumulación y de sostenimiento de la economía a pesar de que en la producción capitalista es un trabajo que no existe en el sentido que no entra a la esfera mercantil.

El trabajo reproductivo entendido como el cuidado del mantenimiento de los espacios y bienes domésticos, así como el cuidado de los cuerpos, la educación, la formación, el mantenimiento de las relaciones sociales y el apoyo psicológico a los miembros de la familia (Picchio, 2001) aparte de que es fundamental para el sostenimiento de la vida y la reproducción de la fuerza de trabajo, contribuye a incrementar la masa de plusvalía. Así como también la carga del mismo no es igual para hombres y mujeres, éste es un trabajo desarrollada principalmente por las mujeres; en España, el 45,2% de las mujeres en calidad de inactividad se encuentran realizando labores del hogar, mientras que un sólo el 4,3% de los hombres se dedican a dichas labores.

A fin de entender cómo el trabajo reproductivo genera mayor acumulación, es necesario exponer que ésta se produce con el incrementito de la plusvalía, la cual constituye el valor del trabajo no reconocido a la persona trabajadora creado por encima del de valor de su fuerza de trabajo y de la cual se apropia el capitalista. Karl Marx plantea que le generación de la plusvalía no se da en la circulación de las mercancías, ya que el mercado no crea valor; por lo tanto la plusvalía se crea en la producción, al momento en que se combinan los medios de producción con la fuerza de trabajo; los medios de producción son mercancías ya creadas por lo que no cambian su magnitud de valor el cual se transmite íntegro al valor de las nuevas mercancías, por lo que permanece constante, por lo tanto la única mercancía capaz de generar valor es la fuerza de trabajo.

Sí partimos de que la fuerza de trabajo es la única mercancía capaz de generar valor y un remanente del cual se apropia el capitalista, dicha fuerza no se reproduce por sí sola, su reproducción recae en el trabajo reproductivo, ya que para poder desempeñarse en las empresas la población trabajadora necesita de los bienes y servicios que se generan en la esfera domestica y/o reproductiva, cuya producción no es remunerada, pero si es fundamental para que las y los trabajadores puedan asistir saludablemente a sus puestos de trabajo y ser más productivos.

Así la invisibilización del trabajo reproductivo reduce el valor de la fuerza de trabajo y por lo tanto permite una mayor acumulación de capital, como indicaba, para el capitalista este trabajo no existe (al no tener valor de cambio) y por lo tanto no es sujeto de remuneración, pero si permite contar con una fuerza de trabajo saludable y productiva, por lo que indudablemente sí genera valor. Si incorporásemos en el valor de la fuerza de trabajo remunerada el valor del trabajo invertido en el plano doméstico o reproductivo, el salario a percibir de las personas ubicada en la esfera productiva debería ser mucho mayor al salario percibido, sin embargo, esto no es así. (Gil de San Vicente, 2000).

Al no existir un mecanismo de reconocimiento del trabajo reproductivo, el valor que éste genera es expropiado por el capitalista; así para el sistema capitalista es favorable mantener silenciado la labor reproductiva desarrollada mayoritariamente por la mujeres, ya que al visibilizarla o remunerarla la tasa de ganancia y de acumulación del capital caería.

Adicionalmente, Gil de San Vicente plantea que las mujeres no solamente son oprimidas, explotadas por el capitalista (y los hombres) vía el no reconocimiento del trabajo reproductivo; también, existe opresión y/o violencia contra las mujeres cuando los procesos de acumulación capitalista conducen a eliminar muchos de los derechos y beneficios que la población trabajadora han ganado a través de la lucha sindical y organizada.

Pero el procesos de acumulación no sólo se beneficia de la invisibilización del trabajo reproductivo; también, la desvalorización de la fuerza de trabajo femenina que se traduce en menores salarios en trabajos de igual valor contribuye significativamente a una mayor acumulación del capital. Así podría decirse que hombres y mujeres sufren de manera muy distinta la explotación capitalista, es más, las mujeres sufren de una doble explotación: la de la esfera reproductiva al no reconocerse el valor que ahí genera y en la esfera productiva al percibir menores salarios con respecto a los hombres por trabajos de igual valor.

Bibliografía
Gil de San Vicente, Iñaki (2000) Capitalismo y emancipación nacional y social de género. 1a edición electrónica en Internet por la Red Vasca Roja el 4/01/2001.
Picchio, Antonella (2001) Un enfoque macroeconómico ampliados de las condiciones de vida. Conferencia Inaugural de las Jornadas “Tiempos, trabajos y géneros”, febrero 2001. Universidad de Barcelona.


Un Comentario

  1. Es necesario redefinir nuestro concepto de empresa para incluir la perspectiva de Género. La empresa debe explicitar la situación de discriminación de la mujer para incorporarla a las condiciones de credibilidad o legitimidad de la misma, ya que, a pesar de los avances legislativos producidos en los últimos años sobre los derechos de la mujer y la igualdad de oportunidades, esta igualdad de derecho no se ha convertido en una igualdad de hecho.
    La empresa es un fiel reflejo de estructuras sociales arraigadas en nuestra sociedad, se reproduce una práctica empresarial sexista donde no se considera trabajo al trabajo doméstico, definiendo un tipo de trabajo feminizado y obstaculizando el acceso de la mujer a niveles altos en la organización empresarial. Las empresas siguen respondiendo a un determinado orden social, respondiendo a estructuras sociales más profundas, que están enraizadas en la desigualdad de género, mantenidas por una serie de prácticas sexistas invisibles que impiden la igualdad de oportunidades.
    Es por ello que debemos analizar una serie de factores socioculturales, económicos y empresariales, ya que en la mayor parte de las sociedades existe una jerarquización en cuanto a la valoración social y económica otorgada a las funciones que unas y otros desempeñan, valoración que se realiza en perjuicio de las mujeres situando a la mujer en una posición de inferioridad, como son los roles tradicionales asignados a la mujer y que la ha vinculado al ámbito privado. La lógica del patriarcado, que define como natural la división sexual del trabajo, distribuyendo a los sujetos en dos esferas diferentes: la del trabajo productivo, como actividad pública y la del trabajo reproductivo, perteneciente a la esfera privada ha generado una división entre el trabajo reproductivo y productivo, generando una cultura que no sólo se centra en esta división, sino que ha creado una serie de prejuicios, por lo que el trabajo reproductivo, ocupado por las mujeres, pierde la consideración de trabajo y se ubica en un posicionamiento inferior. Es necesario mostrar que el género es un constructo social y cultural según el cual, como consecuencia de la división sexual del trabajo y en función de la sexualidad biológica, al sujeto se le atribuyen determinadas características y/o cualidades comportamentales.
    Esto se ve reforzado por el hecho de que el mundo empresarial se centra en una serie de paradigmas económicos. Este modelo actual de racionalidad económica con el que trabajamos excluye las actividades tradicionales de la mujer del mercado por lo que no son consideradas como económicas. La no consideración del trabajo domestico como trabajo oculta la relación existente entre producción- reproducción que caracteriza al sistema capitalista. Esta situación determina las características del empleo femenino y de las empresas de propiedad de las mujeres.
    El trabajo reproductivo, es el sostén y base del trabajo productivo, pero al mismo tiempo se oculta, desaparece, en el ámbito privado. La lógica del patriarcado también influye en el modelo actual de racionalidad económica. Nuestro modelo económico, resuelve uno de sus problemas centrales, la relación entre producción y reproducción, relegándolo al ámbito femenino y lo cataloga como una cuestión privada.
    La mayoría de los análisis dan siempre por supuesto que es posible entender la actividad económica prescindiendo de la actividad doméstica. Esta visión positivista que postula la separación entre lo social y lo económico explica incluso los modelos de empresa con los que trabajamos actualmente.
    De este modo, la separación de lo social y lo económico ha generado que las mujeres tengan dificultades en el acceso al trabajo y promoción a puestos de responsabilidad, al mismo tiempo que sufren discriminaciones dentro del mundo laboral, como son las diferencias salariales, las discriminaciones por razón de sexo (permisos de maternidad, horarios…) e incluso lleguen a sufrir acoso sexual.
    Se hace imprescindible remunerar el trabajo doméstico, analizar la relación entre trabajo y salario, vinculando el trabajo a valores de dignidad, autodesarrollo y el salario a los valores de plan de vida, estatus familiar, incentivos, etc. Y transformar el concepto de empresa hacia un modelo de empresa que propone y expone a la opinión pública las situaciones de discriminación existentes y que se han venido considerado normales.
    La empresa debe responsabilizarse de la desigualdad existente y tiene que aportar soluciones como parte de las condiciones de legitimidad social.
    La incorporación de la perspectiva de género genera múltiples contribuciones éticas, organizativas y económicas y es el pilar fundamental para redefinir el concepto de empresa ya que la actividad empresarial se encuentra inmersa en un contexto económico y social, a su vez guiado por un sistema patriarcal que condiciona su funcionamiento hacia posturas discriminatorias hacia las mujeres.
    Las empresas son instituciones que se encuentran inmersas en un contexto social y económico y como producto de este sistema también van a presentar múltiples resistencias al cambio porque la igualdad tiene un coste económico elevado que aun no están dispuestos a asumir. Me parece fundamental la inclusión de la perspectiva de género en el ámbito empresarial, pero para que esto ocurra sería necesario toda una desconstrucción del pensamiento patriarcal imperante en el mundo empresarial y que se empezase a poner en valor que las mujeres propongan sus intereses como un beneficio a las empresas, aprovechando un capital humano con una alta cualificación y con un estilo de liderazgo y gestión de los recursos humanos innovador.


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